miércoles, 10 de febrero de 2016

Missing (Pensamientos).




10/02/16

            Extrañar. Extrañar es una mierda.

            Vaya que sí.

            Es como un fuego que se enciende en tu interior apenas te despegas de aquello a lo que te mantienes aferrado; aquello con lo que, no quisieras dejar de compartir la compañía. Quemándote cada segundo en el que recuerdas lo que extrañas. Pero al mismo tiempo, y sin ser un caso opuesto, surge un frío interno, casi como una avalancha de nieve o una cascada de agua helada que congela cada parte de tu ser, haciendo énfasis en los lugares donde más duele: el cerebro y el corazón. Entonces estamos ante un descontrol de temperaturas que hace al cuerpo comportarse distinto. Como toda catástrofe natural, el poseedor de ella es quien lleva todo el caos. Algo empieza a ocurrir. Notarás que no te concentras en lo que haces tanto como antes, que tus pensamientos se ven entorpecidos por una imagen, por un recuerdo, por una voz. Notarás del mismo modo que el mundo ante tus ojos aparece ahora distinto, incluso cuando nada en él ha cambiado, pues la revolución ha ocurrido en aquel mundo al que solo tú tienes ojos. Te sientes como una mierda, pero no porque hayas hecho algo malo, sino por aquello que no alcanzaste a hacer. Has disfrutado los días pero, no es suficiente. Entonces empieza la cuenta  regresiva, una cuenta con bases muy vagas que se establecen para buscar la forma de matar a ese fenómeno que ocurre en ti llamado «Extrañar».

            Esto no es todo, algo más está ocurriendo. Una nueva pregunta surge: ¿Aquello que extraño lo hace del mismo modo? Solo puedo esperar a que la respuesta sea positiva. Pero eso no lo respondo yo, sino que queda allí, divagando en el cerebro como un niño perdido en busca de la mano de una madre a la que sostenerse entre la oscuridad. Qué terrible sería extrañar la inexistencia. Hay casos, sí. Es algo que ocurre mucho, y estaría sumamente triste de saber que el mío es uno más del montón. Pero busco la felicidad, busco la forma de asegurarme de que el sentimiento sea mutuo pues, cuando dos cuerpos se extrañan, sus almas parecen estar conectadas aún en la distancia, porque el vínculo por el que ha surgido el sentimiento, se ha establecido ya sobre las bases del amor.


            No hay nada que negar, nada que reclamar, nada por lo que llorar o reír mientras tanto. Solo queda extrañar y, esperar con afán y una sonrisa escondida, el próximo encuentro.


lunes, 30 de noviembre de 2015

«Sentimiento Vacío»


Sentimiento Vacío

            Cada noche, alrededor de las dos o tres de la mañana, las ganas de orinar aparecen, tan incómodas e incontenibles que lo único que puedo hacer es pararme —lo quiera o no—e ir al baño. Vuelvo a la cama, y apenas acostarme y cerrar los ojos, me doy cuenta que lo que me ha interrumpido el sueño no ha sido una necesidad fisiológica sino algo que va más allá: el «Sentimiento Vacío». Lo llamamos Sentimiento Vacío porque necesitamos ponerle un nombre, como a todo, y éste me ha parecido el más acertado (quitando la posibilidad, de que quizá, ponerle un título tampoco alcance a definirlo del todo).
            Allí estoy, dando vueltas de un lado a otro, intentando reconciliarme con el sueño sin lograr mayor resultado. Las sábanas se hacen incómodas y el colchón pesado, como si fuera él quien me aplasta y no yo a él. La cabeza me da vueltas, como si estuviera bajo los efectos del alcohol o algún potente medicamento. Pero no es nada de eso, ni lo uno ni lo otro; es el Sentimiento Vacío. Cuando por fin logro —tras una hora o quizá más— caer nuevamente en las garras del sueño, despierto luego sintiéndome un poco mejor, pero sabiendo que el Sentimiento Vacío sigue allí, casi palpable. ¿Por qué? Por la mente. La mente te puede jugar malas pasadas; creemos que tenemos la capacidad de controlarla, pero al final, ésta siempre gana. ¿Alguna vez te ha venido de súbito algún mal pensamiento, o algo en lo que no te gustaría estar pensando? Sí, estoy seguro que sí, a todos nos ha pasado. Y cuando intentas deshacerte de ese pensamiento, desecharlo, ¿se te hace imposible? Claro, aún no conozco a alguien que pueda borrar un pensamiento tan fácil como una marca de lápiz en un cuaderno. Llega el punto, más bien, que mientras más intentas dejar de pensar en ello, más vivo se hace el pensamiento.
Pues más o menos así funciona el Sentimiento Vacío. Pero no hay malos pensamientos, cuestiones incómodas o pecados de los que sentirse culpable; eres tú el protagonista frente a un contrincante que se hace llamar: «Futuro».
            El futuro, todos conocemos esa palabra. De pequeños nos imaginábamos autos voladores, robots inteligentes que nos llevaran el desayuno a la cama y todo un sinfín de cosas metálicas y repletas de luces al oír la palabra «futuro». Pero es solo hasta que creces, que te das cuenta que el significado que tenías de futuro da un vuelco tan radical que puede llegar a dar miedo. No lo puedes permitir, te dices a ti mismo que tienes todo bajo control; es mentira, nunca tenemos realmente todo aferrado, todo seguro, todo trazado. ¿Alguna vez te has detenido a pensar que quizá lo que estudias no te gusta? ¿Que no te sientes bien en tu trabajo? ¿Te has puesto a pensar que a lo mejor disfrutarás más otras cosas que lo que haces ahora? ¿Has pensado que quizá no te verías la vida entera haciendo lo mismo? Déjame decirte que no eres el único, y sí, estoy seguro que al igual que yo, lo has pensado. Es entonces cuando aparece el Sentimiento Vacío. Estás haciendo algo: tienes tus planes, estudias, trabajas, o lo que sea que hagas. Quizá no te vaya mal en lo que haces, e incluso lo disfrutes, pero va llegar un día en el que te darás cuenta que, puedes dar mucho más. Sí, claro que sí, eres capaz de lograr mejores cosas, superarte, alcanzar otras metas, luchar por otros sueños por disparatados que parezcan. Pero, ¿cómo lograrlos? ¿Por dónde empezar? ¡Vaya locura! El Sentimiento Vacío se hace casi palpable, presente en cada recodo de tu cuerpo, pero estirando sus raíces en su lugar preferido: la mente.
            Llegará el momento en el que no podrás dejar de pensar en tu futuro, en el que la estabilidad que quieres conseguir se vislumbra borrosa a través de cada obstáculo que distancia tus sueños. Te sientes atrapado en una cúpula que corta de lleno tus posibilidades, tus capacidades de salir adelante. Quieres luchar, cortar aquellas ramas que te mantienen en el mismo sitio, pero es difícil, muy difícil. No he visto a la primera persona que haya logrado lo que quiere sin haberse esforzado o luchado por ello. Entonces, ¿qué nos mantiene vivos? ¿Qué nos mantiene con ganas de seguir intentándolo aun sabiendo lo difícil que será? El éxito. El éxito de hacer lo que siempre quisiste, el éxito de ser feliz, el éxito de decir «éste es el futuro que quiero y no lo pienso cambiar por nada». Algún día, encontrarás algo que disfrutes tanto hacer, que todo lo demás parecerá aburrido o simplemente una sandez.
            No esperes que las cosas lleguen a ti caídas del cielo; lucha por ellas, inténtalo. No tengas miedo a decir «no» a las cosas que no te parecen, lo que no te gusta y a lo que no estás de acuerdo, así tengas que contradecir hasta a los más cercanos a ti. Lo más difícil será, enfrentarse al Sentimiento Vacío, y antes de darte cuenta, lo habrás logrado: te habrás deshecho de él. Muchas veces escuchamos a personas decirse unas a otras: «No te desearía que te de X enfermedad, es lo peor». Dejando de lado cualquier enfermedad o molestia por grave que sea —Dios nos libre de cualquier mal que tenga intenciones de entorpecer nuestro proceso de crecimiento y autosuperación—, si hay algo que nunca le desearía nadie, es la sensación de no saber qué hacer con tu vida. Es terrible, casi como cualquier virus que busca tumbarte hasta que, si lo permites, te deja tirado por completo.
            Si hay una palabra que disfruto ver bien sea escrita o demostrada en las acciones de las personas es «intentar». Inténtalo, cambia la rutina; prueba nuevas cosas, busca otras opciones, opciones que supongan tu bienestar. No te conformes con lo que haces, y más que nada, aprende a decirte a ti mismo y al mundo: «No, esto no es lo que quiero para mí». Y cambia. Más importante que nada, sé consiente que el cambio, si es lo que quieres, siempre será para bien.
            

martes, 29 de octubre de 2013

Micro relato (Halloween)





EFECTO 3D


—Silencio que ya va a empezar —dijo Andrés.
—¡Espera! —exclamó Samantha y su hermano detuvo la película— Mami, pásame unos lentes que yo no tengo. Listo, ponle play. —concluyó la pequeña con los enormes lentes oscuros sobre su nariz.
            La película empezó repentinamente, sin cortos ni créditos, ni nada por el estilo. Las cincuenta pulgadas de la tv Led 3D se vieron ocupadas por un triste campo forrado al fondo por un frondoso bosque. Lo único que resaltaba era un pozo en medio de aquel solitario y oscuro campo.
—Hijo, ¿De qué va esta película?, se ve muy extraña —comentó María.
—No lo sé, creo que es de terror, el joven de la tienda me la recomen… —Se detuvo, del pozo de la pantalla empezaba a salir una silueta negra que se iba acercando  a tropezones cada vez más.  Entre un parpadeo y otro aparecía más cerca que antes.
            Lentamente la cabeza de la silueta empezaba a asomar fuera de la pantalla, seguido de sus brazos sucios y oscuros hasta salir por completo.
            —¡Tremendo el efecto del 3D eh!—Exclamó el padre de la familia —Hasta pareciera que de verdad estuviera aqu…
            Un parpadeo y la silueta de la chica del pozo se encontraba frente a ellos. Rápida y silenciosa como sólo la muerte puede ser. No les dio tiempo de gritar, de pensar, ni de darse cuenta de lo que estaba pasando. Simplemente se limitaron a disfrutar el efecto del 3D mientras la oscuridad inundaba sus vidas.



Elegí escribir sobre la chica de The Ring para el miniejercicio de El Edén de los Novelistas Brutos.

jueves, 6 de junio de 2013

El niño solitario. (Microrelato).

El niño solitario




Caminando de regreso a mi casa, me encuentro con un niño a un lado de la calle con la cabeza entre las rodillas, me acerco a él:
            —¿Qué te ocurre? —le pregunto y levanta su cabeza bañada en lágrimas de desesperación.
            —Estoy solo. Solo para toda la vida.
            —¿Por qué lo dices, niño?
            —Mi hermano murió ayer, era quien me cuidaba luego de que mamá falleciera por la fuerte gripe, y pronto yo también moriré porque no tengo a donde ir, ni sé qué haré con mi vida. Tengo miedo…  —Sus palabras se cortaron por la cascada de lágrimas que volvieron a correr sobre sus mejillas.
            —Ven conmigo —le digo extendiendo mi mano—. Yo cuidaré de ti, y te prometo que estarás en un buen lugar.
            Él se aferra a mi mano y juntos empezamos a caminar. Con la otra mano toco el bolsillo posterior de mi pantalón, allí estaba la calibre 6 mm cargada y lista para la acción. Sonrío, volteo a ver al niño y pienso: Uno más para la colección.

domingo, 10 de febrero de 2013

El mundo de Ben.

LISTO EL CAPÍTULO 10. =)


EL MUNDO DE BEN

1

Ben se encontraba en la negrura del sueño a punto de despertar, sentía como si hubiese dormido veinte años, “me habré quedado dormido” pensó.
                —Será mejor que me levante de una vez por todas—Dijo mientras se restregaba los ojos. —Aún tengo mucha tarea que terminar…
                Sus palabras se cortaron al darse cuenta de que no se encontraba en su cama. La confusión y el pánico de cómo había llegado ahí se apoderaron de él. En su rango de visión, se encontraba una extensa pradera que parecía de película, no había ni un solo árbol, excepto por el que tenía detrás de él, en el cual al parecer se había quedado dormido.
                —Todo esto es solo un sueño, yo sigo dormido, nada de esto puede ser real.
                Ben tenía conocimientos sobre los sueños lúcidos, pensaba que tan solo era uno de estos, se dice que para confirmar si se está en uno hay que pellizcarse y darse cuenta que no sentía dolor. Se pellizcó el brazo izquierdo. No sintió nada.
                Estaba claro, todo eso era real. Su mente se sumió en un gran barril de confusión. Se levantó del césped y respiró profundo, sentía por su nariz ese olor característico. Tenía que buscar una forma de salir de ahí y volver a su hogar.
                Dio un giro de ciento ochenta grados admirando la, al parecer infinita pradera que le rodeaba, y posó su mirada sobre el árbol detrás de él. Era enorme, tendría al menos cien años, con un tronco oscuro y grueso, la parte alta del árbol producía una gran sombra sobre él, con largas ramas y hojas más verdes de lo normal. Ben se quedó por lo menos un cuarto de hora admirando aquel árbol de largas ramas.
                Sintió una corriente de aire que pasaba entre sus cabellos castaños que le hizo voltear de golpe, a unos pocos metros de él se hallaba un bolso en el suelo, se veía lleno así que se acercó a él. No había abierto siquiera el bolso cuando uno de los sonidos más extraños jamás escuchados en su vida resonó tras él.  Al darse la vuelta, vio el árbol allí como siempre, pero solo que ya no era el mismo árbol de grandes hojas verdes, sino el árbol de grandes hojas violetas, el árbol cambió el color de sus hojas tan de repente que por un momento pensó que éste siempre tuvo las hojas así. Pero estas hojas no se quedaron así, pues de pronto se secaron todas y cayeron una tras una en un momento, como si todas las estaciones del año hubiesen pasado por el árbol en menos de cinco minutos.
                Y cuando pensó que la confusión no podía ser mayor, una gran boca y ojos se formaron en el tronco, era una cara mala, Ben lo notaba, cualquiera que lo hubiese visto lo hubiera notado, cualquiera hubiese notado que ese árbol lo quería matar. El árbol de las grandes hojas verdes —Ahora sin hojas— estiró sus ramas más largas como si fuesen grandes brazos buscando atraparlo.
                El árbol, que parecía hacerse más grande y feroz cada vez, emitió un terrible rugido, más fuerte que el de cualquier león en el mundo. Las piernas le empezaron a fallar, empezó a retroceder paso a paso sin dejar de mirar el árbol —Si así se le puede llamar— que cada segundo que pasaba se encontraba más cerca del joven. De pronto tropezó y cayó de espaldas sobre el bolso que no pudo revisar. Se quedó pensativo por un momento mirando el bolso y cuando volvió la vista hacia el árbol monstruo, ya lo tenía casi sobre él.
                No pensó mucho, tomó el bolso y salió corriendo. Puso el bolso sobre su espalda y corrió, corrió por su vida, pues estaba siendo perseguido por una especie de árbol asesino que cambia cada segundo. Escuchaba los rugidos de desesperación de la bestia tras de él, sentía que en cualquier momento sentiría una rama fría por sus cuerpo y de pronto, simplemente sería devorado por el árbol.
                Ya se estaba cansando, iba corriendo con sus últimas energías, corría con la esperanza de encontrar, un lugar para refugiarse pero al parecer esa pradera era interminable. Sus piernas no pudieron más, y cayó al suelo fatigado, cerró sus ojos y solo esperó el momento de morir. Una gran rama lo tomó por el tronco, el miedo y el pánico eran tan grandes que tenía ganas de gritar pero no podía, no podía hacer nada, solo esperar el momento de sentir el dolor de la muerte. El monstruo produjo un fuerte rugido que resonó sobre su oído dejándolo con un zumbido insoportable.
                De pronto el silencio se apoderó de sus oídos, sabía que el monstruo árbol ya no estaba allí. Estoy muerto pensó, pero al abrir los ojos se dio cuenta que se hallaba solo en la inmensidad de esa interminable pradera. El árbol había desaparecido y Ben seguía vivo.

2

                Ben llevaba recorrido al menos cinco kilómetros, no dejaba de pensar en el árbol monstruo que le había atacado y de la nada desapareció. Caminaba por inercia pues estaba metido de fondo en sus pensamientos; el árbol, aquel lugar extraño, que parecía siempre igual,  por más que caminara, no encontraba nada diferente. La desesperación empezó a apoderarse de él. Quería ir a su casa, ver a sus padres, y seguir viviendo como una persona normal, una vida próspera, casarse y tener hijos. De pronto sus pensamientos se cortaron por el torrente de lágrimas que brotaron de los ojos del joven, se tiró al suelo y puso el bolso junto a él. Y lloró por unos segundos hasta que se dio cuenta del bolso que tenía a su lado y el cual llevaba encima desde hace rato. No se acordaba del bolso, a poco lo acababa de notar. Pasó tanto tiempo inmerso en sus pensamientos que se olvidó totalmente de él.
                —¡El bolso! —Exclamó mientras lo ponía sobre sus piernas y lo revisaba. Dentro encontró una botella de agua, una tijera y un pequeño chip el cual trató de no tocar mucho, pues le pareció importante. Tomó la botella de agua y bebió un largo sorbo que se llevó la mitad del contenido de ésta. Volvió a revisar el bolso y encontró una nota de papel que decía en una letra muy extraña, algo que no entendía mucho, lo que sus ojos veían no eran más que garabatos para él. Giró el papel y vio que había allí escrito un número diez, un pie y la letra N. Esto lo entendía, fue boy scout en otro momento y entendió lo que trataba de decir el mensaje, diez pasos al norte. Pero ¿Hacia donde era el norte? Esto no era motivo de problema pues en sus tiempos de Boy Scout le enseñaron a encontrar el norte, sur, este y oeste sin necesidad de brújula.
                Como en esa extraña pradera no había ni una rama, Ben tomó la tijera, la enterró sobre la tierra y marcó con el dedo la dirección en la que se proyectaba la sombra de la tijera y se volvió a sentar a esperar.
                Pasados unos minutos miró la tijera y vio por donde iba la sombra proyectada por ésta. La sombra se había movido unos centímetros marcándole hacia dónde se encontraba el Este, y con esto supo hacia donde era el Norte. Lo marcó y sin más, retiró la tijera del suelo, la puso en el bolso y con el papel en la mano, mirando hacia el norte, empezó a contar mientras daba un paso tras otro. Uno…Dos…Tres…Cuatro…Cinco…Seis…Siete…Ocho…Nueve y Diez…
                Ben parpadeó al decir este último número y al abrir los ojos, le costó volverlos a cerrar. Se encontraba en shock, la pradera en la que estaba, ahora era un gran desierto, dio un giro de 360º y estaba claro; detrás, delante y a los lados de él no había más nada que grandes y largas dunas que parecían un gran mar de arena. ¿Dónde había quedado la pradera? No lo sabía, en un parpadeo todo a su alrededor cambió. Ben seguía en shock, no podía creer lo que había ocurrido
                —Oh Dios… —Fue lo único que pudo articular su boca en ese momento.

3

                El calor en aquel desierto era insoportable, y de momentos se cruzaban con Ben fuertes ráfagas de viento que le obligaban a sujetar con fuerza el bolso para que no saliera volando.
                Caminaba y caminaba, y aquel desierto, tal como la pradera parecían interminables. Ahora extrañaba aquella fresca pradera, que ahora parecía un paraíso para él comparado con donde estaba.
                Se sentó en una de esas miles de dunas y sacó la botella de agua del bolso. La botella estaba vacía, a poco le quedaba una pequeña gota que se desvaneció al tocar su lengua. Se había tomado toda el agua sin darse cuenta. Y la desesperación comenzó sobre la mente de Ben. ¿De donde iba a sacar agua, o comida de aquel desierto infinito? Estaba hambriento, no recordaba cuando fue la última vez que comió algo.
                Siguió caminando, pensando en todo tipo de cosas, ya se había olvidado del árbol asesino. Ben estaba desesperado, no sabía hacia donde caminar pues todo el paisaje era igual hacia todos lados, no había ni un cactus,  estaba en busca de algún tipo de oasis. En aquel desierto no pasaba ni una hormiga, estaba cruzando los dedos para cruzarse con una serpiente y poder comérsela.
                Por un momento bajó la mirada y vio una dona con chocolate junto a sus pies. Los ojos del muchacho se iluminaron, había conseguido algo de comer. Se agachó para recogerla y la tomó. Ahora en sus manos, la llevaba directo a su boca, sentía el olor de aquel chocolate, cuando de pronto, la dona se desvaneció sobre sus dedos, lo que por un momento fue una sabrosa dona que ni pudo probar, pasó a ser en unos segundos un poco más de arena para aquel desierto.
                Estaba alucinando, lo tenía claro ahora. Necesitaba comer algo de verdad, comida, tomar un montón de agua. Tenía la boca seca, su estómago emitía sonidos de como si tuviera un pequeño monstruo dentro de él. Siguió caminando sin esperanzas, ahora sólo esperando el momento de morir. Empezaba a ver cosas de momento, personas, animales, y otras cosas que desaparecían cuando parpadeaba. Veía todo en cámara lenta. No sabía cuanto tiempo llevaba ya caminando, estaba cansado, sediento y hambriento.
                Su cuerpo no pudo más y si tiró al suelo, y se acostó. No llegó a dormirse, cuando empezó a escuchar voces de personas. Estaré alucinando pensó, pero algo le decía que tenía que levantar la cabeza y mirar. Con las últimas fuerzas que tenía, levantó la vista y a unos metros de él se alzaba una especie de restaurant, por su nariz pasaba el olor de la comida, veía como las personas entraban allí.
                —Parece real—Dijo mientras se ponía de pie, y empezaba a caminar hacia aquel lugar imaginándose un plato de carne con puré de papas, y un gran vaso de jugo de naranja.
                Se hallaba ahora acercando su mano hacia la puerta de aquel lugar. Cruzando los dedos y rezando para que no fuese otra alucinación. Se decidió y empujó la puerta. Esta no se desvaneció, ni desapareció, pues no era una alucinación.

4

A ambos lados de Ben, habían dos mesas, en una de estas —La única que estaba ocupada— se hallaban dos tipos con caras extrañas que dirigieron al muchacho una mirada penetrante al entrar, éste no les prestó mucha atención pues por su mente lo único que pasaba era aquel olor a huevo y tocino que impregnaba la atmósfera del restaurante. Una barra con unos ocho taburetes dividía el restaurante a la mitad. Detrás de ésta se encontraba un hombre grande y gordo —Al parecer el único empleado allí— con un delantal blanco, casi negro de grasa y suciedad.
                Ben se acercó a él, se sentó sobre uno de los taburetes y le dijo con cara de desesperación:
—Muero de hambre, sírvame lo que sea que tenga.
—En marcha. —Respondió el hombre mientras se daba la vuelta a la cocina detrás de él y vertía sobre la plancha el contenido de dos huevos y unas tiras de tocino.
Mientras el hombre de la barra y cocinero a la vez, dejaba que se friera la comida, buscó un vaso y le sirvió agua al chico sediento. Cuando la lengua de Ben tocó el agua, fue como haber tocado un pedacito de gloria con la punta de la lengua.
                El contenido del vaso desapareció unos segundos, y el joven seguía sediento.
                —¿Me puede traer un poco más?
                —Claro. —Dijo éste mientras buscaba la comida ya lista y le servía otro vaso de agua.
                La comida emanaba un olor único, que se intensificaba con el hambre que tenía. Comió todo en un parpadeo, disfrutando de cada bocado como si fuera el último. Cuando Ben estaba terminando de comer su plato, el hombre de la barra puso un plato de sopa en el mesón.
                —¿Y esto qué?  —Preguntó Ben un tanto confundido.
                —Sigues hambriento, se te nota. Ten come.
                Ben estaba un poco desconcertado, pero no iba a negar ese plato de sopa tan apetecible. Seguía con hambre así que cuando terminó con la última tira de tocino, fue directo a atacar el plato de sopa. Cuando iba por la mitad del plato comenzó a comer más lento, pues necesitaba preguntarle unas cosas a aquel hombre:
                —Disculpe señor, pero… ¿Dónde estoy?
                —¿Qué clase de pregunta es esa? —Dijo el hombre mientras reía. —: Estamos en el mundo B.
                —¿El mundo B? — Ben se quedó en silencio pensativo por unos segundos— ¿Cómo puedo hacer para salir de aquí?
                —Pues, no conozco la forma de salir, todos buscamos la forma de salir. Solo sé que para poder salir de este mundo completo, se necesita de la llave de la puerta del abismo. Una llave que no todos tienen, solo hay tres en total y una de ellas fue destruida, se dice que estas llaves tienen forma de chip.
                —Oh, forma de chip ¿así como éste? —Exclamó Ben mientras buscaba y sacaba del bolso el chip que había encontrado dentro.
                Ben mostró el chip al hombre y éste al verlo, quedó paralizado, sus ojos quedaron como grandes platos dirigidos hacia aquel objeto, que para Ben no tenía mucha importancia.
                —La llave… —A poco se pudieron escuchar estas palabras saliendo de la boca del hombre como un pequeño silbido.
                Los dos hombres de la mesa en diagonal a Ben ya no estaban allí, porque los tenía ahora justo detrás de él. Tenía que hacer algo, correr era la única opción, no podía quedarse un segundo más ahí. Ben metió el chip rápidamente en el bolso mientras el hombre frente a él alargaba sus manos para agarrarle, dio media vuelta y se encontró con los hombres extraños de la mesa, que le veían con sus miradas penetrantes y sonriendo.
                —Danos la llave y te prometemos no hacerte daño. —Decían estos mientras se le acercaban.
                Ben, miró a un lado del restaurant, y se dio cuenta que una de las ventanas del lado derecho estaba abierta de par en par. Emprendió una carrera hasta la ventana, sujetando con fuerza el bolso. Se subió a la mesa y se arrastró rápidamente atreves de la ventana, llegando así al desierto del exterior. Había comido y tenía las energías suficientes para correr, miró sobre su hombro y vio de reojo que los tres hombres allí dentro se acercaban a él. Corrió como si no hubiera mañana, tal maratonista a por el primer lugar. Sentía los pasos de sus contrincantes tras de él. Tenía algo de ventaja, no sabía a donde iba a llegar pero siguió corriendo.
                De pronto su pie se hundió en la arena, aquello ya no eran más las dunas, había llegado a un campo de arenas movedizas. Trató de zafarse pero sus intentos desesperados no lograban nada. La negrura de aquellas arenas lo inundó de pies a cabeza. Cerró los ojos y aguantó la respiración, fue lo último que pudo hacer.

5

                Los hechos que sucedieron luego de haber quedado aplastado por toneladas de arena movediza, pasaron por la mente de Ben como pequeños fragmentos de fotografías que veía de vez en cuando. Al principio sentía mucho calor, se sentía asfixiado y no podía ni respirar. De pronto empezó a sentir mucho frío, veía todo negro y por pequeños momentos que entreabría los ojos veía mucha nieve. Ben sintió que se movía, alguien lo estaba llevando cargado. Hizo sus mayores esfuerzos por abrir los ojos y ver quién era, pero su cansancio no se lo permitía. Se sentía muy cansado y débil. Y por un momento aquel frío penetrante pasó a ser más ligero.
                —Al fin despiertas. —Exclamó un hombre de no más de treinta años que estaba junto a Ben intentando encender una fogata.
                Ben se incorporó aún aturdido, no tenía ni idea de donde estaba.
                —¿Dónde está el desierto?¿Qué pasó? —Preguntó mientras se frotaba la cabeza con una mano.
                —¿El desierto? —Preguntó el hombre confundido por un momento—: Ah, así que vienes del mundo B. Te encuentras en el mundo C amiguito, te encontré tirado en el suelo, con casi todo el cuerpo bajo nieve mientras iba a buscar algo de comida y te traje aquí. Me llamo Andy mucho gusto.
                Ben se quedó un momento en silencio pensativo, mirando a los lados. Se hallaba dentro de una cueva solo con ese hombre que no parecía malo. Por fin respondió:
                —Soy Ben. ¿Cuánto tiempo llevo dormido?
                —Un poco más de un año.
El joven de quince años —Ahora dieciséis— quedó petrificado, sin habla. Estaba a punto de desmayarse, pero Andy le dio un pequeño empujón al hombro y volvió a la normalidad.
                —¿Un año dormido? —Preguntó Ben confuso y con ganas de vomitar, tenía el estómago revuelto. —: ¿O sea que llevo aquí en esta de cueva más de un año?
                —Pues sí, te he dado de comer durante todo este tiempo.
                —Muchas gracias por todo, de verdad —Dijo Ben dirigiéndole una sonrisa un poco confusa—. Pero necesito salir de este lugar. Desperté en una pradera, luego llegué a un desierto, entré a un restaurante y unos bandidos me querían robar, así que salí corriendo, llegué a unas arenas movedizas y no recuerdo más.
                —Este es un mundo muy grande amiguito, necesitas visitar muchos lugares para poder salir de aquí, ni siquiera se conoce una salida exacta, pero estoy seguro que en el mundo G podrás encontrar ayuda.
                —¿Cómo llego al mundo G?
                —Pues tienes que atravesar los mundos que preceden a ése. Lo primero que debes hacer es salir del mundo C. La salida está atravesando el túnel bajo la montaña alta.
                —Necesito que me lleves a esa montaña ahora mismo… —Sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido de sus tripas pidiendo comida.
                —Será mejor que comas algo antes amiguito —Dijo Andy mientras encendía la fogata y ponía un muslo de pavo al fuego.
Ben no tenía la menor idea de donde había sacado un muslo de pavo en aquél lugar, pero no iba a desaprovechar la oportunidad. Había visto tantas cosas raras que ya se empezaba a acostumbrar. El olor que desprendía era delicioso. Cuando estuvo listo, comieron hasta quedar solo un hueso sin carne.
                —Bueno ahora sí, vamos a llevarte al túnel. —Dijo Andy mientras ambos se ponían de pie y salían de la cueva—: Llevaremos provisiones para el camino, pues el túnel está algo lejos y con esta tempestad nos cansaremos más y nos dará más hambre.
                Grandes montañas bañadas en nieve se alzaban en aquel lugar, un frío penetrante bailaba en el aire en fuertes ráfagas cortantes de viento que se sentían en la piel como miles de pequeñas hojillas. Ben y Andy iban tapados con ropas de esquimales —Ben tampoco tenía ni la menor idea de donde había sacado aquellas ropas—, con las que aún se sentía el frío, pero no tan fuerte. Ben llevaba sobre la espalda su bolso y Andy llevaba el suyo con provisiones y otras cosas que Ben desconocía.
                —¿Estás listo? —Preguntó Andy gritando por las ráfagas de viento que no dejaban escuchar nada.
                —Sí. —Respondió Ben con los ojos entrecerrados por el viento.
                —Pues vamos. —Concluyó Andy y ambos comenzaron a caminar a través de la inmensidad de aquellas montañas.

6

                Ben se dio cuenta que aquel túnel sí estaba lejos cuando notó que llevaban al menos diez kilómetros recorrido y aún no llegaban.
                —¿Falta mucho? —Preguntó Ben exhausto.
                —No tanto, tras esta pequeña montaña se encuentra una planicie donde están los Hombres de la Guardia. Tenemos que pasar a través de ellos y detrás de éstos está la entrada al túnel.
                —¿Los hombres de la Guardia? —Preguntó Ben confuso y curioso.
                —Sí, ya lo verás.
                Bajaron por la pequeña montaña en la que estaban deslizándose como si fuese un tobogán. Llegaron a una larga y ancha planicie cubierta de nieve. Ben estaba mirando a todos lados en busca de los Hombres de la Guardia.
                —¿Dónde están que no los veo? —Sus palabras se cortaron cuando la niebla se disipó y los vio.
                A lo largo y ancho cientos de hombres de piedra todos iguales se hallaban en filas y en columnas todos a la misma distancia de separación uno del otro. Tenían aspecto asiático con ropas medievales como si fuesen a una guerra, y ninguno se movía.
                Ben estaba fascinado con aquella imagen y a la vez temeroso, esos hombres producían una especie de tensión en aquel lugar.
                —Déjame explicarte una cosa antes de atravesarlos —Dijo Andy agarrando la mano de Ben quien estaba a punto de tocar a uno de los hombres—, primera regla, ni se te ocurra tocarlos, un mínimo roce y estaremos perdidos. Y la segunda regla una de las más importantes, no los mires a los ojos.
                —Okey tranquilo haré mi mayor esfuerzo. —Respondió Ben entusiasmado y asustado a la vez.
                Ambos se adentraron entre aquellos hombres de piedra, Ben detrás de Andy, dirigiendo la mirada al suelo. Caminaban con paso lento y firme, cuidándose de no tropezar y evitar el más mínimo roce. Ben sentía que todos esos hombres le estaban mirando, sentía sus miradas penetrantes, tenía muchas ganas de alzar la vista y verles las caras, pero se aguantó.
                Estaban ya a más de medio camino de entre los Hombres de la Guardia, cuando de pronto Ben emitió un estornudo.
                Los dos abrieron los ojos como grandes platos simplemente esperando a que pasara algo, pero todo seguía en la normalidad. No terminaron de dar otro paso cuando todas las cabezas de aquellos hombres se dirigieron hacia Ben, mirándole fijamente, Ben no los veía a la cara, pero sabía lo que estaba pasando.
                —Oh no... —Susurró Andy con tono preocupado.
                Una voz que parecía venir del cielo y a la vez de todos lados, gruesa y produciendo eco habló:
                —¿Quién osa enfrentarse a los Hombres de la Guardia?
                A Ben le temblaban las piernas, ninguno de los dos se movía. De pronto los ojos de todos los hombres de piedra se pusieron rojos como tomates, y encendidos como dos bombillos navideños.
                —¡CORRE! —Exclamó Andy mientras empezaba a correr.
                Ben se quedó donde estaba, no sabía qué hacer, estaba tan petrificado como aquellos hombres, pero ahora era al revés pues los hombres eran los que estaban moviéndose hacia Ben, lo estaba acorralando. Volvió en sí, y empezó a correr, escabulléndose entre aquellos hombres de piedra que de lejos se notaba que lo único que querían era matarles.
                A una distancia relativa de Ben se encontraba Andy que ya había llegado al pie de la Montaña Alta, una gran piedra puntiaguda que se alzaba frente a Ben, era más alta que todas las otras montañas que había visto en el camino, por algo su nombre.
                Al pie de la montaña estaba la puerta del túnel iluminada en aquella neblina por dos antorchas las cuales no tenía idea de cómo estaban encendidas. Andy se encontraba sosteniendo la puerta por dentro para cerrarla cuando Ben pasara, había llegado primero pues le había sacado cierta distancia cuando empezó a correr. Veía como los Hombres de la Guardia iban tras Ben, con sus ojos rojos y llenos de odio artificial. Andy cruzaba los dedos mentalmente para que Ben pudiese llegar y no lo agarrasen.
                —¡Corre Ben, Corre! —Exclamó Andy con todas sus energías— Ya te falta poco.
                Con estas palabras Ben puso todas sus fuerzas en sus piernas y corrió. Corrió como si no hubiese mañana. Corrió por su vida y lo logró. Entró en el túnel todavía corriendo, y exclamó a Andy:
                —¡Cierra rápido! —Antes de que dijera eso ya Andy se encontraba cerrando las puertas lo más rápido posible.
                Las grandes puertas de la entrada del túnel se cerraron emitiendo un fuerte estrépito y provocando un leve temblor que a poco sintieron. El túnel estaba totalmente oscuro.
                —No se ve nada —Dijo Ben preocupado, nunca le ha gustado la oscuridad—, ¿Cómo vamos a salir de aquí ahora?
                —Tranquilo, sólo camina. —Respondió su amigo con tono esperanzador.
                Empezaron a caminar en la dirección a la que entraron, y de pronto dos antorchas, una a cada lado de la pared se encendieron solas. Ben miró aquello sorprendido.
                Siguieron y mientras más caminaban más antorchas se encendían iluminando así una pequeña parte del camino hasta que se prendieran las siguientes antorchas. Era una especie de circuito, como las que tienen en los pasillos de los hoteles pero esta vez con antorchas que se encendían solas.
                Llegaron al fondo del túnel, que se hallaba cerrado por otras dos puertas iguales a las de la entrada. Andy posó la mano sobre una de las puertas, estaba a punto de abrirla cuando Ben lo interrumpió:
                —Espera —Se quedó pensando un momento lo que iba a decir—, ¿Tu no vas a volver a tu casa, a aquella cueva donde me mantuviste?
                —¿Cómo esperas que vuelva con todos aquellos hombres esperándome allá atrás? —Andy emitió un suspiro— Además me caes bien amiguito y sé que yo a ti, aquí siempre he estado solo, sin compañía. Cuando despertaste alegraste mi vida en este mundo,  realmente no quiero volver a estar solo.
                —Pues bueno que empiece la aventura. —Dijo Ben sonriendo.
                —Hace rato que empezó.
                Cada uno puso una mano en una puerta y abrieron ambas a la vez.

7

                Cegados por la fuerte luz que venía de detrás de las puertas y que pasaba entre éstas. Ben y Andy tuvieron que esperar unos segundos a que su vista se normalizara.
                Su panorama actual era una larga y extensa llanura alfombrada de un monte totalmente seco que hacía ruido al caminar por ella. El sol que parecía más cerca de lo normal, emitía un calor sucio y pegajoso.
                A lo lejos se veía una especie de granja; una pequeña casa de dos pisos y un granero, a un lado, una zona de infinita distancia llena de altos matorrales trigo.
                —Qué calor —Dijo Andy mientras se quitaba el sudor de la frente—, ya empiezo a extrañar un poco el frío de las montañas.
                El calor era infernal, no tan fuerte como en el desierto, pero este era un tipo de calor diferente que parecía quedarse pegado en la piel. Ambos se sacaron las ropas invernales y las dejaron en el suelo, el calor se alivió un poco.
                —Bien, cerremos las puertas del túnel antes de seguir. —Dijo Ben mientras se volvía buscando la puerta que ya no estaba.
                Detrás de ellos las puertas de donde venían, el túnel, la montaña alta, habían desaparecido como si siempre hubiesen estado en la larga llanura. Se quedaron sin palabras y simplemente trataron de ignorar la desaparición de las montañas y del túnel, se dieron media vuelta y empezaron a caminar hacia la granja.
                —Vamos allá, tal vez encontremos algo interesante. —Propuso Andy.
                Llegaron a la granja, solitaria y propia de película de terror. Entraron al granero de primero, era un granero común y corriente, había varios espacios para mantener vacas y caballos, pero no había ni uno.
                Se pusieron a revisar y encontraron dos pistolas como destinadas para ellos, ambas cargadas.
                —Ten —Dijo Andy mientras posaba una de las pistolas en la mano de Ben—, tal vez nos puedan ser útil luego.
                Ya estaban a punto de salir cuando escucharon un ruido de algo raspando una superficie de madera. Eran unas patas. Se voltearon de golpe esperando a que volviera el sonido. Y volvió.
                Se acercaron al origen del ruido y se asomaron sobre una de las jaulas de las vacas que no habían  y se encontraron con un pequeño perro encerrado que les dirigió una mirada tierna esperando a que le sacaran de allí. Abrieron la puerta para que el perro saliera y Ben lo cargó.
                —Qué bonito es, siempre quise un perrito. —Dijo Ben mientras acariciaba la barriga del perro.
                De pronto el perro empezó a moverse de manera extraña como si quisiera zafarse y lanzó su boca abierta, mostrando grandes colmillos blancos hacia la cara de Ben, éste del susto tiró al perro al suelo y  sus ojos se pusieron tan rojos como los de aquellos hombres de piedra. Estaba claro que ese perro no era normal, había una especie de demonio dentro de él.
                El perro se quedó mirándolos mientras gruñía, éste se abalanzó sobre ellos, Ben cerró los ojos esperando por la mordida del animal. Andy le jaló del brazo para que no mordieran a Ben.
                —¡Vamos a la casa! —Gritó Andy mientras jalaba del brazo a Ben para que abriera los ojos y le siguiera hasta la casa.
                Corrieron hacia la casa perseguidos por el perro, durante la carrera del granero a la casa nunca pensaron si la puerta estaría abierta o no. Sentían los gruñidos y las pisadas del perro detrás de ellos pisándoles los talones; por suerte la puerta estaba abierta y entraron jadeando. Prácticamente le cerraron la puerta al perro en la cara, se escuchó desde dentro el golpe de posiblemente su cabeza en la puerta.
                Se arrodillaron para recuperar el aliento, estaban exhaustos y pasando el susto del perro, cuando una voz masculina tenebrosa detrás de ellos les habló:
                —El que se mete con mi perro se mete conmigo —Un hombre con cara de granjero, de al menos sesenta años con el cabello canoso, portaba un sombrero en la cabeza y una horca en la mano—, y por eso deben morir.
                El hombre con la horca se abalanzó sobre ellos con la única intención de matarlos. El granjero lanzó su herramienta de trabajo que hacía mejor papel como arma y la lanzó hacia ellos que la esquivaron a poco, pues le hizo una pequeña raja al brazo de Ben.
                Ben se apretó el brazo por un momento revisándose la herida y aguantando el dolor, pero no era el mejor momento para verse. La horca había quedado clavada en la puerta, y el granjero se puso a sacarla. Andy aprovechó el momento y rompió el vidrio de la ventana con un jarrón que encontró en el suelo, le hizo una seña a Ben y  se lanzaron a través de la ventana.
                Empezaron a correr hacia los matorrales de trigo, sintieron algo que los seguía a gran velocidad y gruñendo, era el perro otra vez detrás de ellos.
                Se metieron entre los matorrales, corriendo con sus últimas energías. Ben iba delante de Andy, de momentos Andy miraba de reojo hacia atrás para ver al perro que los seguía con sus ojos rojos y sus intenciones de matarlos a mordiscos. En una de esas cuando Andy volvió la mirada hacia el camino, no vio más a Ben y de pronto cayó.
                Cayeron por un hondo hueco que parecía no terminar y la negrura de las tinieblas los bañó a ambos.
               
8

Una especie de almohada gigante acomodaba el cuerpo de ambos, no sabían cuanto habían dormido, y mucho menos donde estaban. Pero lo que sí tenían claro era que estaban muy cómodos donde fuera que estuvieran, se sentían cansados y no querían levantarse nunca de aquella cama tan cómoda como regazo de madre para un bebé. Ben abrió los ojos y descubrió aquella comodidad.
Se puso de pie para asegurarse que aquello no era un sueño, o tal vez sí, no estaba seguro, últimamente todo era tan extraño.
Se hallaban sobre una larga y ancha nube tan blanca y tan densa como la nieve. Una fría brisa se cruzó con Ben erizándole la piel. Andy se despertó mirando a todos lados asombrado. Sobre ellos no había más que la inmensidad del cielo azul que se conectaba con el espacio exterior. Estaban a bastante altura, lo sabían porque hacía mucho frío. Muchas nubes de más o menos el mismo tamaño que la que tenían bajo sus pies, se esparcían a través de aquel inmenso cielo azul más oscuro que claro.
—¿Qué hacemos? —Preguntó Andy mientras se ponía de pie y miraba a todos lados buscando qué hacer.
—No lo sé bien, la extensión entre una nube y otra es mucha como para intentar saltar de nube en nube.
—Eso significa que… —Dijo Andy esperando a que Ben concluyera con la frase.
—Que tenemos  que buscar la manera de salir de aquí, sin tener que saltar, porque si nos caemos… —Ben cortó sus palabras mientras se acercaba al borde a la nube y miraba al fondo, no se divisaba bien lo que podría haber allá abajo. Se podía ver algo azul, todo el suelo azul difuminado por una ligera niebla que no dejaba distinguir qué era aquello— Bueno, no sé realmente qué podría pasar, tal vez nos podríamos hacer daño.
Andy emitió un suspiro de indignación y a este le siguió el de Ben. Ambos paseaban su mirada por la inmensidad del cielo en el que se encontraban, esperando por alguna especie de milagro que los sacara de ahí.
Se acostaron con las manos detrás de la cabeza a pensar qué hacer, y sin darse cuenta se quedaron dormidos.
Andy abrió los ojos, la fuerza de la brisa en su cara era increíble; sentía como sus cabellos bailaban por el viento, la presión le obligaba a entrecerrar los ojos.
Se hallaba montado en la espalda de un gran pájaro marrón de grandes alas que volaba a través del inmenso cielo, llevándose por medio cientos de nubes. Andy se giró en busca de Ben, que no estaba en el mismo pájaro que él. Miró al lado derecho en el momento en el que pasaba otro pájaro igual a ese que llevaba sobre su espalda a Ben.
                —¿A dónde nos llevan? —Gritó Andy a Ben.
                —Ni idea. —Exclamó Ben.
                De pronto el pájaro en el que iba Andy giró completamente haciendo que éste perdiera el equilibrio, cayendo a través de las nubes y el torrente de viento que se cruzaba con él. Ben emitió una exclamación mientras alargaba la mano en un intento esperanzado de poder jalarle hacia él, pero su acción se cortó cuando el pájaro en el que iba se giró también logrando la caída de Ben.
                La caída parecía no terminar, el suelo azul que antes no se distinguía, poco a poco se hacía visible mientras cruzaban por las nubes y la neblina que se repartían por el cielo.
                Aquel suelo azul que habían visto desde lo alto de la nube, era agua. Un gran e inmenso mar se extendía bajo sus cuerpos en caída libre. Ben alcanzó en el aire a Andy y le tomó de la mano para que cayeran juntos y no se perdieran. Cuando notaron que faltaba poco para caer, ambos cerraron los ojos y contuvieron la respiración esperando el golpe contra el agua.


9

—¡Súbanlos con cuidado! —Exclamó una voz gruesa que parecía lejana y que poco a poco se notaba más cerca, acompañada más al fondo de muchos cuchicheos. Todas voces masculinas.
Sintieron el golpe de sus cuerpos contra una dura madera, el olor a mar impregnaba el ambiente.
Abrieron los ojos, y sus miradas se encontraron con más de veinte hombres que los rodeaban en una especie de círculo perfecto, todos con ropas de marineros, se decían cosas al oído unos con otros mientras los miraban con cierta curiosidad y sorpresa. Frente a ellos, un gran hombre gordo, con una larga y espesa barba negra, se acercaba a Ben y Andy mientras les extendía la mano en modo de saludo:
—Bienvenidos al barco del Capitán McGee amigos —Dijo el hombre gordo que al parecer era el capitán.
—¿Dónde estamos? —Preguntó Ben algo aturdido aún.
—Están en el mundo F —Dijo mientras abría los brazos como si fuese a abrazar a alguien—, abarca la inmensidad del mar que se halla en el mundo completo.
Andy y Ben miraron a ambos lados del barco intentando ver el mar, pero seguían rodeados de personas que se cruzaban en su visión.
—¿Quieren comer algo? —Prosiguió el capitán.
—¡Sí! —Respondieron los dos al unísono, no tenían ni idea de cuando fue la última vez que comieron.
                —Vengan conmigo —Dijo el capitán volviéndose a sus marineros haciéndoles un gesto con la mano simbolizando que volvieran todos a lo que estaban haciendo.
                Todos captaron la seña y volvieron a sus andanzas, unos fueron a limpiar, a ordenar un poco las cosas sobre el barco y otros simplemente se limitaron a apartarse un poco dejando espacio suficiente para que pasaran.  
                Ahora fuera del círculo asfixiante de gente, pudieron ver todo su alrededor en una mejor perspectiva. Se hallaban sobre un gran barco completamente de madera oscura, grandes velas se alzaban en el medio. Alrededor del barco se extendía un inmenso mar tranquilo con bajas olas que a poco lograban que el barco se balanceara. En la punta del barco había una estatua de sirena que tenía un brazo alzado.
                El capitán los llevó a un cuarto oscuro iluminado por unas cuantas velas que no lograban mucho, las ventanas totalmente sucias impedían el paso de la luz haciendo necesario el uso de las velas. Una larga mesa para veinte personas de encontraba en el centro de la habitación, a ambos lados de ésta habían dos escaleras que lo más probable es que llevaran a otras partes el barco como habitaciones y otras cosas.
                —Siéntense amigos, el banquete estará listo en unos minutos —Dijo el capitán y dirigiéndole una mirada al bolso de Ben—. Pero antes, dame el bolso te lo pondré en un lugar cómodo para que puedas comer tranquilo —Puso una mano sobre el bolso.
                —No estoy bien con él, gracias —Dijo Ben haciendo un poco de fuerza para que el capitán soltara el bolso.
                El capitán volvió a poner su mano sobre el bolso y jaló más duro, Ben se resistía usando todas sus fuerzas para que el hombre no le quitara su bolso.
                —Dame eso muchacho —Dijo el hombre de la gran barba haciendo más fuerza aún.
                —Te dije que no… —Las palabras de Ben se cortaron al momento en el que el bolso salió volando y pegó contra la pared, éste se abrió en el suelo asomando la pistola, la tijera, la botella de agua y el chip.
                —¡LA LLAVE! —Exclamó mirando fijamente el chip que había salido del bolso.
                El capitán empezó a acercarse al bolso y tomó el chip, lo alzó con las dos manos como si fuese el mayor tesoro del mundo. Andy estaba detrás de Ben viendo todo atónito, no entendía muy bien lo que ocurría. Mientras el capitán admiraba el chip, Ben alargó rápidamente la mano y lo tomó, se escabulló entre el hombre y recogió el bolso metiendo todo dentro, cuando volteó tenía al capitán abalanzándose sobre él.
                PAM resonó un disparo detrás del hombre de la barba negra y cayó muerto con un agujero en su espalda. Si Ben no se hubiese movido rápidamente hubiera caído sobre él.
                Al fondo de la habitación se hallaba Andy con la pistola aferrada a unas manos temblorosas:
                —Te dije que las podríamos necesitar —Dijo Andy con una sonrisa nerviosa.
                —Sobre el chip… —Dijo Ben con la cabeza agachada.
                —Ahora no necesito una explicación, tenemos que salir de aquí antes de que nos encuentren — Afuera del barco se escuchaban las voces de los marineros susurrándose entre ellos cosas como ¿Escuchaste eso? o ¿Fue un disparo? Mientras se acercaban a la habitación en la que estaban.
                —Vamos por allí —Dijo Ben mientras bajaban por una de las escaleras.
                Llegaron a un largo pasillo oscuro iluminado por la escaza luz de las velas. Se cruzaban con miles y miles de puertas, las luces se iban opacando mientras más corrían. Oían los gritos de los marineros a sus espaldas; lo más probable es que hayan visto ya a su capitán muerto.
                Llegaron al final del pasillo, una puerta igual a las otras se alzaba frente a ellos, pero la diferencia de esta puerta es que el borde se encontraba iluminado de un resplandor procedente del interior.
                —Aquí es —Dijo Andy abriendo la puerta.
                La habitación estaba totalmente vacía inundada por un resplandor blanco que los cegó por un momento. Dieron un paso y cayeron. Se limitaron a dejarse caer por aquella extraña dimensión en la que todo era blanco, y de pronto la negrura de las sombras los rodeó.


10

                Ambos despertaron en una cabina de tren con un fuerte dolor de cabeza. Se hallaban sentados en muebles de tela roja que parecía de ataúd. Éstos estaban divididos por una mesa para poner cualquier tipo de equipaje, comida, o lo que se quiera poner. En la cabina no había nadie más que ellos dos, seguían algo aturdidos. El tren tenía un altavoz del que procedía una voz masculina en otro idioma que ellos no entendían, cosa que los tenía un poco mareados.
                —¿Volvimos al mundo real? —Preguntó Ben sobándose la cabeza para aliviar un poco el dolor de cabeza y restregándose la cara para organizar sus pensamientos.
                —A ver —Dijo Andy mientras levantaba con una mano la cortina para poder mirar detrás de la ventana— Mira, todo parece normal.
                A través de la ventana se veía una gran ciudad al fondo con cientos de rascacielos, y uno que otro edificio pequeño, el cielo brillaba como nunca, y el sol que pasaba a través de la ventana les daba con su fresco calor. Al fondo se divisaba una gran torre de cristal, más grande que todos los edificios de la ciudad.
                —No lo puedo creer —Exclamó Ben entusiasmado por lo que veía— Estamos en nuestro mundo.
                No les importaba en qué ciudad o país se hallaban sino que habían vuelto a su hogar, su mundo, su planeta.
                —Muero de hambre, busquemos algo de comida, pues en el bolso ya no me queda nada. —Dijo Andy mientras se ponía de pie y salía de la pequeña cabina.
                Ben le alcanzó afuera, un largo pasillo se extendía frente a ellos, detrás el tren acababa en un pequeño balcón en el que se encontraba una pareja, al parecer de novios que disfrutaban de la brisa.
                Salieron al balcón, necesitaban y querían hablar con gente normal, de su mundo. Nada de locuras, nada de piratas o gente con armas ni ojos rojos.
                —Hola, disculpen —Andy quedó cortado por un momento y continuó— ¿Saben donde puedo conseguir algo de comer?
                La pareja, que en ese momento se estaba besando, voltearon sus cabezas hacia Ben y Andy, dirigiéndoles miradas penetrantes y destructivas. Se sentían como si hubiesen cometido la peor fechoría de sus vidas, pues era eso lo que parecía expresar sus miradas.
                No respondieron, simplemente se dedicaron a quedarse mirándolos, sin hacer ningún movimiento, nada en sus facciones parecía moverse ni un poco. No se notaba siquiera si estaban respirando o no.
                —Bueno, gracias… —Dijo Andy mientras volvían al pasillo de las cabinas.
                Aun dándoles las espaldas, sentían las miradas penetrantes de aquella pareja sobre ellos. Sabían que los seguían mirando con sus caras de tragedia y rabia unidas en una sola mirada.
                —Qué extraño eso ¿No? —Dijo Ben asustado por aquella escena. —Caminemos un poco.
                Comenzaron a caminar a través del largo pasillo que se cortaba por la puerta que dividía un vagón de tren del otro. A cada lado había al menos ocho cabinas, todas con las puertas abiertas. Unas llenas de gente y otras sólo con una persona, pero ninguna vacía. Mientras cruzaban el pasillo, se empezaron a sentir inseguros y asustados. Sentían las miradas de todas las personas sobre ellos cada vez que pasaban por una cabina. Todos interrumpían lo que hacían para volver sus cabezas y dirigirles aquellas miradas misteriosas y pesadas que parecían traspasar las paredes; mientras más caminaban y con más cabinas se cruzaban, sentían más miradas sobre ellos.
                —Algo extraño está pasando aquí —Susurró Andy a Ben mientras pasaban de un vagón a otro—, creo que seguimos en el mismo mundo extraño…
                Cuando creían que aquello no podía ser más extraño, al entrar en el otro vagón quedaron impactados y sin poder moverse. Estaban paralizados, el pánico los cubría con su capa invisible. Al menos todas las personas que estaban dentro del tren se encontraban como un gran rebaño, todos juntos frente a ellos mirándoles con sus ojos rojos impidiéndoles el paso. Entre todas esas personas se hallaban allí los que estaban en el vagón anterior, incluyéndose al fondo la pareja del balcón.
                —Eres el portador de una de las llaves —Dijo la mujer que estaba de primera entre todas las personas, con voz gruesa que no parecía salir de su boca y sus ojos rojos como dos cerezas— eres uno de los elegidos.
                Ben no se podía mover, estaba tan asustado y aterrado que sólo pudo esperar ahí parado a que ocurriera un milagro. Andy estaba tan aterrado como él, por lo tanto también estaba allí sin poder moverse del miedo. Esa escena era como ver una jauría de zombis en busca de cerebros; los cerebros de ellos dos.
                Giraron sus cuerpos para intentar volver al vagón anterior pero a través de la ventana de la puerta se veían más personas con sus ojos rojos esperándoles.
                —Estamos acorralados —Dijo Ben en voz baja.
                Las personas empezaron a avanzar hacia ellos, no podían moverse. Miraban a todos lados en busca de una salida pero no encontraron nada. Tenían el pensamiento colapsado, solo esperando a ser comidos por aquellos humanos-zombis.
                Se lanzaron sobre ellos, sus brazos fríos y oscuros les tocaban y jalaban de todos lados. Ya era muy tarde para intentar zafarse. Estaban atrapados bajo cientos de ellos, inundados por la oscuridad de éstos seres macabros, que se los llevaron a quién sabe donde.
                Y otra vez, quedaron inundados bajo el peso de la densa oscuridad.


                

lunes, 4 de febrero de 2013

El Mundo de Ben (Cont.) 8


El mundo de Ben (Cont.)




8

Una especie de almohada gigante acomodaba el cuerpo de ambos, no sabían cuanto habían dormido, y mucho menos donde estaban. Pero lo que sí tenían claro era que estaban muy cómodos donde fuera que estuvieran, se sentían cansados y no querían levantarse nunca de aquella cama tan cómoda como regazo de madre para un bebé. Ben abrió los ojos y descubrió aquella comodidad.
Se puso de pie para asegurarse que aquello no era un sueño, o tal vez sí, no estaba seguro, últimamente todo era tan extraño.
Se hallaban sobre una larga y ancha nube tan blanca y tan densa como la nieve. Una fría brisa se cruzó con Ben erizándole la piel. Andy se despertó mirando a todos lados asombrado. Sobre ellos no había más que la inmensidad del cielo azul que se conectaba con el espacio exterior. Estaban a bastante altura, lo sabían porque hacía mucho frío. Muchas nubes de más o menos el mismo tamaño que la que tenían bajo sus pies, se esparcían a través de aquel inmenso cielo azul más oscuro que claro.
—¿Qué hacemos? —Preguntó Andy mientras se ponía de pie y miraba a todos lados buscando qué hacer.
—No lo sé bien, la extensión entre una nube y otra es mucha como para intentar saltar de nube en nube.
—Eso significa que… —Dijo Andy esperando a que Ben concluyera con la frase.
—Que tenemos  que buscar la manera de salir de aquí, sin tener que saltar, porque si nos caemos… —Ben cortó sus palabras mientras se acercaba al borde a la nube y miraba al fondo, no se divisaba bien lo que podría haber allá abajo. Se podía ver algo azul, todo el suelo azul difuminado por una ligera niebla que no dejaba distinguir qué era aquello— Bueno, no sé realmente qué podría pasar, tal vez nos podríamos hacer daño.
Andy emitió un suspiro de indignación y a este le siguió el de Ben. Ambos paseaban su mirada por la inmensidad del cielo en el que se encontraban, esperando por alguna especie de milagro que los sacara de ahí.
Se acostaron con las manos detrás de la cabeza a pensar qué hacer, y sin darse cuenta se quedaron dormidos.
Andy abrió los ojos, la fuerza de la brisa en su cara era increíble; sentía como sus cabellos bailaban por el viento, la presión le obligaba a entrecerrar los ojos.
Se hallaba montado en la espalda de un gran pájaro marrón de grandes alas que volaba a través del inmenso cielo, llevándose por medio cientos de nubes. Andy se giró en busca de Ben, que no estaba en el mismo pájaro que él. Miró al lado derecho en el momento en el que pasaba otro pájaro igual a ese que llevaba sobre su espalda a Ben.
                —¿A dónde nos llevan? —Gritó Andy a Ben.
                —Ni idea. —Exclamó Ben.
                De pronto el pájaro en el que iba Andy giró completamente haciendo que éste perdiera el equilibrio, cayendo a través de las nubes y el torrente de viento que se cruzaba con él. Ben emitió una exclamación mientras alargaba la mano en un intento esperanzado de poder jalarle hacia él, pero su acción se cortó cuando el pájaro en el que iba se giró también logrando la caída de Ben.
                La caída parecía no terminar, el suelo azul que antes no se distinguía, poco a poco se hacía visible mientras cruzaban por las nubes y la neblina que se repartían por el cielo.
                Aquel suelo azul que habían visto desde lo alto de la nube, era agua. Un gran e inmenso mar se extendía bajo sus cuerpos en caída libre. Ben alcanzó en el aire a Andy y le tomó de la mano para que cayeran juntos y no se perdieran. Cuando notaron que faltaba poco para caer, ambos cerraron los ojos y contuvieron la respiración esperando el golpe contra el agua.