martes, 29 de enero de 2013

El mundo de Ben (Cont.) 7


El mundo de Ben (Cont.)

7

                Cegados por la fuerte luz que venía de detrás de las puertas y que pasaba entre éstas. Ben y Andy tuvieron que esperar unos segundos a que su vista se normalizara.
                Su panorama actual era una larga y extensa llanura alfombrada de un monte totalmente seco que hacía ruido al caminar por ella. El sol que parecía más cerca de lo normal, emitía un calor sucio y pegajoso.
                A lo lejos se veía una especie de granja; una pequeña casa de dos pisos y un granero, a un lado, una zona de infinita distancia llena de altos matorrales trigo.
                —Qué calor —Dijo Andy mientras se quitaba el sudor de la frente—, ya empiezo a extrañar un poco el frío de las montañas.
                El calor era infernal, no tan fuerte como en el desierto, pero este era un tipo de calor diferente que parecía quedarse pegado en la piel. Ambos se sacaron las ropas invernales y las dejaron en el suelo, el calor se alivió un poco.
                —Bien, cerremos las puertas del túnel antes de seguir. —Dijo Ben mientras se volvía buscando la puerta que ya no estaba.
                Detrás de ellos las puertas de donde venían, el túnel, la montaña alta, habían desaparecido como si siempre hubiesen estado en la larga llanura. Se quedaron sin palabras y simplemente trataron de ignorar la desaparición de las montañas y del túnel, se dieron media vuelta y empezaron a caminar hacia la granja.
                —Vamos allá, tal vez encontremos algo interesante. —Propuso Andy.
                Llegaron a la granja, solitaria y propia de película de terror. Entraron al granero de primero, era un granero común y corriente, había varios espacios para mantener vacas y caballos, pero no había ni uno.
                Se pusieron a revisar y encontraron dos pistolas como destinadas para ellos, ambas cargadas.
                —Ten —Dijo Andy mientras posaba una de las pistolas en la mano de Ben—, tal vez nos puedan ser útil luego.
                Ya estaban a punto de salir cuando escucharon un ruido de algo raspando una superficie de madera. Eran unas patas. Se voltearon de golpe esperando a que volviera el sonido. Y volvió.
                Se acercaron al origen del ruido y se asomaron sobre una de las jaulas de las vacas que no habían  y se encontraron con un pequeño perro encerrado que les dirigió una mirada tierna esperando a que le sacaran de allí. Abrieron la puerta para que el perro saliera y Ben lo cargó.
                —Qué bonito es, siempre quise un perrito. —Dijo Ben mientras acariciaba la barriga del perro.
                De pronto el perro empezó a moverse de manera extraña como si quisiera zafarse y lanzó su boca abierta, mostrando grandes colmillos blancos hacia la cara de Ben, éste del susto tiró al perro al suelo y  sus ojos se pusieron tan rojos como los de aquellos hombres de piedra. Estaba claro que ese perro no era normal, había una especie de demonio dentro de él.
                El perro se quedó mirándolos mientras gruñía, éste se abalanzó sobre ellos, Ben cerró los ojos esperando por la mordida del animal. Andy le jaló del brazo para que no mordieran a Ben.
                —¡Vamos a la casa! —Gritó Andy mientras jalaba del brazo a Ben para que abriera los ojos y le siguiera hasta la casa.
                Corrieron hacia la casa perseguidos por el perro, durante la carrera del granero a la casa nunca pensaron si la puerta estaría abierta o no. Sentían los gruñidos y las pisadas del perro detrás de ellos pisándoles los talones; por suerte la puerta estaba abierta y entraron jadeando. Prácticamente le cerraron la puerta al perro en la cara, se escuchó desde dentro el golpe de posiblemente su cabeza en la puerta.
                Se arrodillaron para recuperar el aliento, estaban exhaustos y pasando el susto del perro, cuando una voz masculina tenebrosa detrás de ellos les habló:
                —El que se mete con mi perro se mete conmigo —Un hombre con cara de granjero, de al menos sesenta años con el cabello canoso, portaba un sombrero en la cabeza y una horca en la mano—, y por eso deben morir.
                El hombre con la horca se abalanzó sobre ellos con la única intención de matarlos. El granjero lanzó su herramienta de trabajo que hacía mejor papel como arma y la lanzó hacia ellos que la esquivaron a poco, pues le hizo una pequeña raja al brazo de Ben.
                Ben se apretó el brazo por un momento revisándose la herida y aguantando el dolor, pero no era el mejor momento para verse. La horca había quedado clavada en la puerta, y el granjero se puso a sacarla. Andy aprovechó el momento y rompió el vidrio de la ventana con un jarrón que encontró en el suelo, le hizo una seña a Ben y  se lanzaron a través de la ventana.
                Empezaron a correr hacia los matorrales de trigo, sintieron algo que los seguía a gran velocidad y gruñendo, era el perro otra vez detrás de ellos.
                Se metieron entre los matorrales, corriendo con sus últimas energías. Ben iba delante de Andy, de momentos Andy miraba de reojo hacia atrás para ver al perro que los seguía con sus ojos rojos y sus intenciones de matarlos a mordiscos. En una de esas cuando Andy volvió la mirada hacia el camino, no vio más a Ben y de pronto cayó.
                Cayeron por un hondo hueco que parecía no terminar y la negrura de las tinieblas los bañó a ambos.

lunes, 28 de enero de 2013

El mundo de Ben (Cont.) 6


El mundo de Ben (Cont.)


6

                Ben se dio cuenta que aquel túnel sí estaba lejos cuando notó que llevaban al menos diez kilómetros recorrido y aún no llegaban.
                —¿Falta mucho? —Preguntó Ben exhausto.
                —No tanto, tras esta pequeña montaña se encuentra una planicie donde están los Hombres de la Guardia. Tenemos que pasar a través de ellos y detrás de éstos está la entrada al túnel.
                —¿Los hombres de la Guardia? —Preguntó Ben confuso y curioso.
                —Sí, ya lo verás.
                Bajaron por la pequeña montaña en la que estaban deslizándose como si fuese un tobogán. Llegaron a una larga y ancha planicie cubierta de nieve. Ben estaba mirando a todos lados en busca de los Hombres de la Guardia.
                —¿Dónde están que no los veo? —Sus palabras se cortaron cuando la niebla se disipó y los vio.
                A lo largo y ancho cientos de hombres de piedra todos iguales se hallaban en filas y en columnas todos a la misma distancia de separación uno del otro. Tenían aspecto asiático con ropas medievales como si fuesen a una guerra, y ninguno se movía.
                Ben estaba fascinado con aquella imagen y a la vez temeroso, esos hombres producían una especie de tensión en aquel lugar.
                —Déjame explicarte una cosa antes de atravesarlos —Dijo Andy agarrando la mano de Ben quien estaba a punto de tocar a uno de los hombres—, primera regla, ni se te ocurra tocarlos, un mínimo roce y estaremos perdidos. Y la segunda regla una de las más importantes, no los mires a los ojos.
                —Okey tranquilo haré mi mayor esfuerzo. —Respondió Ben entusiasmado y asustado a la vez.
                Ambos se adentraron entre aquellos hombres de piedra, Ben detrás de Andy, dirigiendo la mirada al suelo. Caminaban con paso lento y firme, cuidándose de no tropezar y evitar el más mínimo roce. Ben sentía que todos esos hombres le estaban mirando, sentía sus miradas penetrantes, tenía muchas ganas de alzar la vista y verles las caras, pero se aguantó.
                Estaban ya a más de medio camino de entre los Hombres de la Guardia, cuando de pronto Ben emitió un estornudo.
                Los dos abrieron los ojos como grandes platos simplemente esperando a que pasara algo, pero todo seguía en la normalidad. No terminaron de dar otro paso cuando todas las cabezas de aquellos hombres se dirigieron hacia Ben, mirándole fijamente, Ben no los veía a la cara, pero sabía lo que estaba pasando.
                —Oh no... —Susurró Andy con tono preocupado.
                Una voz que parecía venir del cielo y a la vez de todos lados, gruesa y produciendo eco habló:
                —¿Quién osa enfrentarse a los Hombres de la Guardia?
                A Ben le temblaban las piernas, ninguno de los dos se movía. De pronto los ojos de todos los hombres de piedra se pusieron rojos como tomates, y encendidos como dos bombillos navideños.
                —¡CORRE! —Exclamó Andy mientras empezaba a correr.
                Ben se quedó donde estaba, no sabía qué hacer, estaba tan petrificado como aquellos hombres, pero ahora era al revés pues los hombres eran los que estaban moviéndose hacia Ben, lo estaba acorralando. Volvió en sí, y empezó a correr, escabulléndose entre aquellos hombres de piedra que de lejos se notaba que lo único que querían era matarles.
                Andy se hallaba al pie de la Montaña Alta, una gran piedra puntiaguda que se alzaba frente a Ben, era más alta que todas las otras montañas que había visto en el camino —Por algo su nombre—.
                Al pie de la montaña estaba la puerta del túnel iluminada en aquella neblina por dos antorchas las cuales no tenía idea de cómo estaban encendidas. Andy se encontraba sosteniendo la puerta por dentro para cerrarla cuando Ben pasara, había llegado primero pues le había sacado cierta distancia cuando empezó a correr. Veía como los Hombres de la Guardia iban tras Ben, con sus ojos rojos y llenos de odio artificial. Andy cruzaba los dedos mentalmente para que Ben pudiese llegar y no lo agarrasen.
                —¡Corre Ben, Corre! —Exclamó Andy con todas sus energías— Ya te falta poco.
                Con estas palabras Ben puso todas sus fuerzas en sus piernas y corrió. Corrió como si no hubiese mañana. Corrió por su vida y lo logró. Entró al túnel todavía corriendo, y exclamó a Andy:
                —¡Cierra rápido! —Antes de que dijera eso ya Andy se encontraba cerrando las puertas lo más rápido posible.
                Las grandes puertas de la entrada del túnel se cerraron emitiendo un fuerte estrépito y provocando un leve temblor que a poco sintieron. El túnel estaba totalmente oscuro.
                —No se ve nada —Dijo Ben preocupado, nunca le ha gustado la oscuridad—, ¿Cómo vamos a salir de aquí ahora?
                —Tranquilo, sólo camina. —Respondió su amigo con tono esperanzador.
                Empezaron a caminar en la dirección a la que entraron, y de pronto dos antorchas, una a cada lado de la pared se encendieron solas. Ben miró aquello sorprendido.
                Siguieron y mientras más caminaban más antorchas se encendían iluminando así una pequeña parte del camino hasta que se prendieran las siguientes antorchas. Era una especie de circuito, como las que tienen en los pasillos de los hoteles pero esta vez con antorchas que se encendían solas.
                Llegaron al fondo del túnel, que se hallaba cerrado por otras dos puertas iguales a las de la entrada. Andy posó la mano sobre una de las puertas, estaba a punto de abrirla cuando Ben lo interrumpió:
                —Espera —Se quedó pensando un momento lo que iba a decir—, ¿Tu no vas a volver a tu casa, a aquella cueva donde me mantuviste?
                —¿Cómo esperas que vuelva con todos aquellos hombres esperándome allá atrás? —Andy emitió un suspiro— Además me caes bien amiguito y sé que yo a ti, aquí siempre he estado solo, sin compañía. Cuando despertaste alegraste mi vida en este mundo,  realmente no quiero volver a estar solo.
                —Pues bueno que empiece la aventura. —Dijo Ben sonriendo.
                —Hace rato que empezó.
                Cada uno puso una mano en una puerta y abrieron ambas a la vez.

domingo, 27 de enero de 2013

El mundo de Ben (Cont.) 5


El mundo de Ben (Cont.)


5

                Los hechos que sucedieron luego de haber quedado aplastado por toneladas de arena movediza, pasaron por la mente de Ben como pequeños fragmentos de fotografías que veía de vez en cuando. Al principio sentía mucho calor, se sentía asfixiado y no podía ni respirar. De pronto empezó a sentir mucho frío, veía todo negro y por pequeños momentos que entreabría los ojos veía mucha nieve. Ben sintió que se movía, alguien lo estaba llevando cargado. Hizo sus mayores esfuerzos por abrir los ojos y ver quién era, pero su cansancio no se lo permitía. Se sentía muy cansado y débil. Y por un momento aquel frío penetrante pasó a ser más ligero.
                —Al fin despiertas. —Exclamó un hombre de no más de treinta años que estaba junto a Ben intentando encender una fogata.
                Ben se incorporó aún aturdido, no tenía ni idea de donde estaba.
                —¿Dónde está el desierto?¿Qué pasó? —Preguntó mientras se frotaba la cabeza con una mano.
                —¿El desierto? —Preguntó el hombre confundido por un momento—: Ah, así que vienes del mundo B. Te encuentras en el mundo C amiguito, te encontré tirado en el suelo, con casi todo el cuerpo bajo nieve mientras iba a buscar algo de comida y te traje aquí. Me llamo Andy mucho gusto.
                Ben se quedó un momento en silencio pensativo, mirando a los lados. Se hallaba dentro de una cueva solo con ese hombre que no parecía malo. Por fin respondió:
                —Soy Ben. ¿Cuánto tiempo llevo dormido?
                —Un poco más de un año.
El joven de quince años —Ahora dieciséis— quedó petrificado, sin habla. Estaba a punto de desmayarse, pero Andy le dio un pequeño empujón al hombro y volvió a la normalidad.
                —¿Un año dormido? —Preguntó Ben confuso y con ganas de vomitar, tenía el estómago revuelto. —: ¿O sea que llevo aquí en esta de cueva más de un año?
                —Pues sí, te he dado de comer durante todo este tiempo.
                —Muchas gracias por todo, de verdad —Dijo Ben dirigiéndole una sonrisa un poco confusa—. Pero necesito salir de este lugar. Desperté en una pradera, luego llegué a un desierto, entré a un restaurante y unos bandidos me querían robar, así que salí corriendo, llegué a unas arenas movedizas y no recuerdo más.
                —Este es un mundo muy grande amiguito, necesitas visitar muchos lugares para poder salir de aquí, ni siquiera se conoce una salida exacta, pero estoy seguro que en el mundo G podrás encontrar ayuda.
                —¿Cómo llego al mundo G?
                —Pues tienes que atravesar los mundos que preceden a ése. Lo primero que debes hacer es salir del mundo C. La salida está atravesando el túnel bajo la montaña alta.
                —Necesito que me lleves a esa montaña ahora mismo… —Sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido de sus tripas pidiendo comida.
                —Será mejor que comas algo antes amiguito —Dijo Andy mientras encendía la fogata y ponía un muslo de pavo al fuego.
Ben no tenía la menor idea de donde había sacado un muslo de pavo en aquél lugar, pero no iba a desaprovechar la oportunidad. Había visto tantas cosas raras que ya se empezaba a acostumbrar. El olor que desprendía era delicioso. Cuando estuvo listo, comieron hasta quedar solo un hueso sin carne.
                —Bueno ahora sí, vamos a llevarte a la cueva. —Dijo Andy mientras ambos se ponían de pie y salían de la cueva—: Llevaremos provisiones para el camino, pues la cueva está algo lejos y con esta tempestad nos cansaremos más y nos dará más hambre.
                Grandes montañas bañadas en nieve se alzaban en aquel lugar, un frío penetrante bailaba en el aire en fuertes ráfagas cortantes de viento que se sentían en la piel como miles de pequeñas hojillas. Ben y Andy iban tapados con ropas de esquimales —Ben tampoco tenía ni la menor idea de donde había sacado aquellas ropas—, con las que aún se sentía el frío, pero no tan fuerte. Ben llevaba sobre la espalda su bolso y Andy llevaba el suyo con provisiones y otras cosas que Ben desconocía.
                —¿Estás listo? —Preguntó Andy gritando por las ráfagas de viento que no dejaban escuchar nada.
                —Sí. —Respondió Ben con los ojos entrecerrados por el viento.
                —Pues vamos. —Concluyó Andy y ambos comenzaron a caminar a través de la inmensidad de aquellas montañas.

sábado, 26 de enero de 2013

El Mundo de Ben (Cont.) 4


El mundo de Ben (Cont.)


4


A ambos lados de Ben, habían dos mesas, en una de estas —La única que estaba ocupada— se hallaban dos tipos con caras extrañas que dirigieron al muchacho una mirada penetrante al entrar, éste no les prestó mucha atención pues por su mente lo único que pasaba era aquel olor a huevo y tocino que impregnaba la atmósfera del restaurante. Una barra con unos ocho taburetes dividía el restaurante a la mitad. Detrás de ésta se encontraba un hombre grande y gordo —Al parecer el único empleado allí— con un delantal blanco, casi negro de grasa y suciedad.
                Ben se acercó a él, se sentó sobre uno de los taburetes y le dijo con cara de desesperación:
—Muero de hambre, sírvame lo que sea que tenga.
—En marcha. —Respondió el hombre mientras se daba la vuelta a la cocina detrás de él y vertía sobre la plancha el contenido de dos huevos y unas tiras de tocino.
Mientras el hombre de la barra y cocinero a la vez, dejaba que se friera la comida, buscó un vaso y le sirvió agua al chico sediento. Cuando la lengua de Ben tocó el agua, fue como haber tocado un trozo de gloria con la punta de la lengua.
                El contenido del vaso desapareció unos segundos, y el joven seguía sediento.
                —¿Me puede traer un poco más?
                —Claro. —Dijo éste mientras buscaba la comida ya lista y le servía otro vaso de agua.
                La comida emanaba un olor único, que se intensificaba con el hambre que tenía. Comió todo en un parpadeo, disfrutando de cada bocado como si fuera el último. Cuando Ben estaba terminando de comer su plato, el hombre de la barra puso un plato de sopa en el mesón.
                —¿Y esto qué?  —Preguntó Ben un tanto confundido.
                —Sigues hambriento, se te nota. Ten come.
                Ben estaba un poco desconcertado, pero no iba a negar ese plato de sopa tan apetecible. Seguía con hambre así que cuando terminó con la última tira de tocino, fue directo a atacar el plato de sopa. Cuando iba por la mitad del plato comenzó a comer más lento, pues necesitaba preguntarle unas cosas a aquel hombre:
                —Disculpe señor, pero… ¿Dónde estoy?
                —¿Qué clase de pregunta es esa? —Dijo el hombre mientras reía. —: Estamos en el mundo B.
                —¿El mundo B? — Ben se quedó en silencio pensativo por unos segundos— ¿Cómo puedo hacer para salir de aquí?
                —Pues, no conozco la forma de salir, todos buscamos la forma de salir. Solo sé que para poder salir de este mundo completo, se necesita de la llave de la puerta del abismo. Una llave que no todos tienen, solo hay tres en total y una de ellas fue destruida, se dice que estas llaves tienen forma de chip.
                —Oh, forma de chip ¿así como éste? —Exclamó Ben mientras buscaba y sacaba del bolso el chip que había encontrado dentro.
                Ben mostró el chip al hombre y éste al verlo, quedó paralizado, sus ojos quedaron como grandes platos dirigidos hacia aquel objeto, que para Ben no tenía mucha importancia.
                —La llave… —A poco se pudieron escuchar estas palabras saliendo de la boca del hombre como un pequeño silbido.
                Los dos hombres de la mesa en diagonal a Ben ya no estaban allí, porque los tenía ahora justo detrás de él. Tenía que hacer algo, correr era la única opción, no podía quedarse un segundo más ahí. Ben metió el chip rápidamente en el bolso mientras el hombre frente a él alargaba sus manos para agarrarle, dio media vuelta y se encontró con los hombres extraños de la mesa, que le veían con sus miradas penetrantes y sonriendo.
                —Danos la llave y te prometemos no hacerte daño. —Decían estos mientras se le acercaban.
                Ben, miró a un lado del restaurante, y se dio cuenta que una de las ventanas del lado derecho estaba abierta de par en par. Emprendió una carrera hasta la ventana, sujetando con fuerza el bolso. Se subió a la mesa y se arrastró rápidamente atreves de la ventana, llegando así al desierto del exterior. Había comido y tenía las energías suficientes para correr, miró sobre su hombro y vio de reojo que los tres hombres allí dentro se acercaban a él. Corrió como si no hubiera mañana, tal maratonista a por el primer lugar. Sentía los pasos de sus contrincantes tras de él. Tenía algo de ventaja, no sabía a dónde iba a llegar pero siguió corriendo.
                De pronto su pie se hundió en la arena, aquello ya no eran más las dunas, había llegado a un campo de arenas movedizas. Trató de zafarse pero sus intentos desesperados no lograban nada. La negrura de aquellas arenas lo inundó de pies a cabeza. Cerró los ojos y aguantó la respiración, fue lo último que pudo hacer.

Cuento.


Durmiendo en el auto.


       


Ya iban cuatro horas de viaje, y aún no habíamos llegado. Nunca he sido lo que se llamaría una persona paciente, odio esperar,  especialmente en el auto. Eran como las diez de la noche, estaba muy pendiente de la hora, siempre  lo estaba.  Me encontraba un poco mareado, siempre me mareo en el auto.  Suspiro, mi padre echa una mirada al retrovisor, y me sonríe, yo, al darme cuenta, le devolví la sonrisa. ¡Qué ganas de orinar tenía! Pero tenía que esperar a la próxima parada a quince minutos de donde nos encontrábamos.
                La estación de servicio se encontraba bastante vacía, me bajé del auto titubeando un poco, fui a paso rápido al urinario, un dolor en mi vejiga, sentía como si alguien me estuviera empujando desde dentro. Los urinarios estaban bastante sucios, me acerqué a uno y me di cuenta de que… No podía orinar, las ganas de orinar desaparecieron, qué extraño, hice todo mi esfuerzo mental por aunque sea que saliera una gota, pero nada. Me devolví al auto, con la cara pálida, pensando ¿Cuándo volveré a un baño?, ¿Quince minutos?, ¿Un hora?, ¿Tres horas? No lo sé, pero las ganas de orinar habían desaparecido misteriosamente. Al tocar el asiento del auto… ¿Qué es eso?,  ¿Otra vez las ganas de orinar?, no, esto no puede estar pasando, ¿Qué les diré a mis padres?, ¿Que me tengo que bajar otra vez porque no pude orinar? No, qué pena, tendré que aguantarme.
     ¿Listo? —  Preguntó mi madre.
     Sí todo bien.
Ya tenía que mentalizarme que a menos que me hiciera encima, no podía liberarme. ¿Liberarme de qué? Por un momento las ganas de orinar desaparecieron.  Qué sueño tengo…  Cerré los ojos y caí dormido instantáneamente, bueno, así me pareció. Con los ojos entre abiertos, eché una mirada a un lado, al asiento en el que estaba mi hermano ¿Pero quién es él? Al que estaba mirando no era mi hermano, el pánico vino a mi, giré la cabeza hacia donde estaba mi mamá, sí… Estaba porque ¿Quién es él?, ¿Dónde está mi mamá? Lo que veía era a un hombre gordo en el asiento. Mi respiración se aceleró, me faltaba el aire, eché una mirada al asiento de mi papá, justo enfrente de mí, pero qué… ¿Quién es ese hombre? ¿Donde está mi familia? Ya sentía que no podía más y estaba seguro de que no iba a poder aguantar mucho, el aire se me iba, quería moverme, gritar, no podía hacer nada. Volteé hacia mi derecha, donde debería estar mi hermano, con todas las esperanzas de que ahí estuviera él, pero no, una silueta negra, una cara desconocida me miró y se echó a reír, volví a caer dormido.
Seguía con los ojos cerrados, pero estaba despierto, todo fue un sueño, tranquilo, nada fue real. Abrí los ojos, rezando porque lo que viera fuera mi familia. Eché una mirada al retrovisor, vi aquella sonrisa, la misma que de mi padre, pero ¿Era la sonrisa de mi padre? No, aquella no era la sonrisa de mi papá ya no podía respirar, el aire era muy escaso. El asiento estaba caliente y húmedo, así que así fue como desaparecieron las ganas de orinar. Volteé hacia el asiento de mi hermano y seguía el mismo hombre desconocido. ¿Quién es esta gente? ¿A dónde me llevan? Me agité, tratando de moverme y salir de ahí, pero estaba amarrado con unas sogas. Esto no está bien, nada bien.
¿Todo había sido un sueño? No, nada de eso era ni fue ni será un sueño, era la realidad, nunca estuve con mi familia, ese no era el vehículo de mis padres y nada estaba bien. ¿Qué sería de la vida de mi familia?  Me agité un poco más, con la esperanza de poder lograr algo, pero mis esfuerzos no dieron fruto.
El hombre gordo en el asiento de mi madre ¿Era el asiento de mi madre?  Volteó por el ruido que hice con los forcejeos, me sonrió con la peor sonrisa que he visto en mi vida y dijo:
     Tranquilo, todo estará bien — Hubo una pausa. — Sí claro, bien.
Todos en el auto empezaron a reír, y de algo estaba seguro, nada estaba bien.

miércoles, 23 de enero de 2013


El mundo de Ben (Cont.)


3


                El calor en aquel desierto era insoportable, y de momentos se cruzaban con Ben fuertes ráfagas de viento que le obligaban a sujetar con fuerza el bolso para que no saliera volando.
                Caminaba y caminaba, y aquel desierto, tal como la pradera parecían interminables. Ahora extrañaba aquella fresca pradera, que ahora parecía un paraíso para él comparado con donde estaba.
                Se sentó en una de esas miles de dunas y sacó la botella de agua del bolso. La botella estaba vacía, a poco le quedaba una pequeña gota que se desvaneció al tocar su lengua. Se había tomado toda el agua sin darse cuenta. Y la desesperación comenzó sobre la mente de Ben. ¿De donde iba a sacar agua, o comida de aquel desierto infinito? Estaba hambriento, no recordaba cuando fue la última vez que comió algo.
                Siguió caminando, pensando en todo tipo de cosas, ya se había olvidado del árbol asesino. Ben estaba desesperado, no sabía hacia donde caminar pues todo el paisaje era igual hacia todos lados, no había ni un cactus,  estaba en busca de algún tipo de oasis. En aquel desierto no pasaba ni una hormiga, estaba cruzando los dedos para cruzarse con una serpiente y poder comérsela.
                Por un momento bajó la mirada y vio una dona con chocolate junto a sus pies. Los ojos del muchacho se iluminaron, había conseguido algo de comer. Se agachó para recogerla y la tomó. Ahora en sus manos, la llevaba directo a su boca, sentía el olor de aquel chocolate, cuando de pronto, la dona se desvaneció sobre sus dedos, lo que por un momento fue una sabrosa dona que ni pudo probar, pasó a ser en unos segundos un poco más de arena para aquel desierto.
                Estaba alucinando, lo tenía claro ahora. Necesitaba comer algo de verdad, comida, tomar un montón de agua. Tenía la boca seca, su estómago emitía sonidos de como si tuviera un pequeño monstruo dentro de él. Siguió caminando sin esperanzas, ahora sólo esperando el momento de morir. Empezaba a ver cosas de momento, personas, animales, y otras cosas que desaparecían cuando parpadeaba. Veía todo en cámara lenta. No sabía cuanto tiempo llevaba ya caminando, estaba cansado, sediento y hambriento.
                Su cuerpo no pudo más y si tiró al suelo, y se acostó. No llegó a dormirse, cuando empezó a escuchar voces de personas. Estaré alucinando pensó, pero algo le decía que tenía que levantar la cabeza y mirar. Con las últimas fuerzas que tenía, levantó la vista y a unos metros de él se alzaba una especie de restaurante  por su nariz pasaba el olor de la comida, veía como las personas entraban allí.
                —Parece real—Dijo mientras se ponía de pie, y empezaba a caminar hacia aquel lugar imaginándose un plato de carne con puré de papas, y un gran vaso de jugo de naranja.
                Se hallaba ahora acercando su mano hacia la puerta de aquel lugar. Cruzando los dedos y rezando para que no fuese otra alucinación. Se decidió y empujó la puerta. Esta no se desvaneció, ni desapareció, pues no era una alucinación.

martes, 22 de enero de 2013

El Mundo de Ben (Cont.)


2

                Ben llevaba recorrido al menos cinco kilómetros, no dejaba de pensar en el árbol monstruo que le había atacado y de la nada desapareció. Caminaba por inercia pues estaba metido de fondo en sus pensamientos; el árbol, aquel lugar extraño, que parecía siempre igual,  por más que caminara, no encontraba nada diferente. La desesperación empezó a apoderarse de él. Quería ir a su casa, ver a sus padres, y seguir viviendo como una persona normal, una vida próspera, casarse y tener hijos. De pronto sus pensamientos se cortaron por el torrente de lágrimas que brotaron de los ojos del joven, se tiró al suelo y puso el bolso junto a él. Y lloró por unos segundos hasta que se dio cuenta del bolso que tenía a su lado y el cual llevaba encima desde hace rato. No se acordaba del bolso, a poco lo acababa de notar. Pasó tanto tiempo inmerso en sus pensamientos que se olvidó totalmente de él.
                —¡El bolso! —Exclamó mientras lo ponía sobre sus piernas y lo revisaba. Dentro encontró una botella de agua, una tijera y un pequeño chip el cual trató de no tocar mucho, pues le pareció importante. Tomó la botella de agua y bebió un largo sorbo que se llevó la mitad del contenido de ésta. Volvió a revisar el bolso y encontró una nota de papel que decía en una letra muy extraña, algo que no entendía mucho, lo que sus ojos veían no eran más que garabatos para él. Giró el papel y vio que había allí escrito un número diez, un pie y la letra N. Esto lo entendía, fue boy scout en otro momento y entendió lo que trataba de decir el mensaje, diez pasos al norte. Pero ¿Hacia donde era el norte? Esto no era motivo de problema pues en sus tiempos de Boy Scout le enseñaron a encontrar el norte, sur, este y oeste sin necesidad de brújula.
                Como en esa extraña pradera no había ni una rama, Ben tomó la tijera, la enterró sobre la tierra y marcó con el dedo la dirección en la que se proyectaba la sombra de la tijera y se volvió a sentar a esperar.
                Pasados unos minutos miró la tijera y vio por donde iba la sombra proyectada por ésta. La sombra se había movido unos centímetros marcándole hacia dónde se encontraba el Este, y con esto supo hacia donde era el Norte. Lo marcó y sin más, retiró la tijera del suelo, la puso en el bolso y con el papel en la mano, mirando hacia el norte, empezó a contar mientras daba un paso tras otro. Uno…Dos…Tres…Cuatro…Cinco…Seis…Siete…Ocho…Nueve y Diez…
                Ben parpadeó al decir este último número y al abrir los ojos, le costó volverlos a cerrar. Se encontraba en shock, la pradera en la que estaba, ahora era un gran desierto, dio un giro de 360º y estaba claro; detrás, delante y a los lados de él no había más nada que grandes y largas dunas que parecían un gran mar de arena. ¿Dónde había quedado la pradera? No lo sabía, en un parpadeo todo a su alrededor cambió. Ben seguía en shock, no podía creer lo que había ocurrido
                —Oh Dios… —Fue lo único que pudo articular su boca en ese momento.

El Mundo De Ben


 El mundo de Ben



1
Ben se encontraba en la negrura del sueño a punto de despertar, sentía como si hubiese dormido veinte años, “me habré quedado dormido” pensó.
                —Será mejor que me levante de una vez por todas—Dijo mientras se restregaba los ojos. —Aún tengo mucha tarea que terminar…
                Sus palabras se cortaron al darse cuenta de que no se encontraba en su cama. La confusión y el pánico de cómo había llegado ahí se apoderaron de él. En su rango de visión, se encontraba una extensa pradera que parecía de película, no había ni un solo árbol, excepto por el que tenía detrás de él, en el cual al parecer se había quedado dormido.
                —Todo esto es solo un sueño, yo sigo dormido, nada de esto puede ser real.
                Ben tenía conocimientos sobre los sueños lúcidos, pensaba que tan solo era uno de estos, se dice que para confirmar si se está en uno hay que pellizcarse y darse cuenta que no sentía dolor. Se pellizcó el brazo izquierdo. No sintió nada.
                Estaba claro, todo eso era real. Su mente se sumió en un gran barril de confusión. Se levantó del césped y respiró profundo, sentía por su nariz ese olor característico. Tenía que buscar una forma de salir de ahí y volver a su hogar.
                Dio un giro de ciento ochenta grados admirando la, al parecer infinita pradera que le rodeaba, y posó su mirada sobre el árbol detrás de él. Era enorme, tendría al menos cien años, con un tronco oscuro y grueso, la parte alta del árbol producía una gran sombra sobre él, con largas ramas y hojas más verdes de lo normal. Ben se quedó por lo menos un cuarto de hora admirando aquel árbol de largas ramas.
                Sintió una corriente de aire que pasaba entre sus cabellos castaños que le hizo voltear de golpe, a unos pocos metros de él se hallaba un bolso en el suelo, se veía lleno así que se acercó a él. No había abierto siquiera el bolso cuando uno de los sonidos más extraños jamás escuchados en su vida resonó tras él.  Al darse la vuelta, vio el árbol allí como siempre, pero solo que ya no era el mismo árbol de grandes hojas verdes, sino el árbol de grandes hojas violetas, el árbol cambió el color de sus hojas tan de repente que por un momento pensó que éste siempre tuvo las hojas así. Pero estas hojas no se quedaron así, pues de pronto se secaron todas y cayeron una tras una en un momento, como si todas las estaciones del año hubiesen pasado por el árbol en menos de cinco minutos.
                Y cuando pensó que la confusión no podía ser mayor, una gran boca y ojos se formaron en el tronco, era una cara mala, Ben lo notaba, cualquiera que lo hubiese visto lo hubiera notado, cualquiera hubiese notado que ese árbol lo quería matar. El árbol de las grandes hojas verdes —Ahora sin hojas— estiró sus ramas más largas como si fuesen grandes brazos buscando atraparlo.
                El árbol, que parecía hacerse más grande y feroz cada vez, emitió un terrible rugido, más fuerte que el de cualquier león en el mundo. Las piernas le empezaron a fallar, empezó a retroceder paso a paso sin dejar de mirar el árbol —Si así se le puede llamar— que cada segundo que pasaba se encontraba más cerca del joven. De pronto tropezó y cayó de espaldas sobre el bolso que no pudo revisar. Se quedó pensativo por un momento mirando el bolso y cuando volvió la vista hacia el árbol monstruo, ya lo tenía casi sobre él.
                No pensó mucho, tomó el bolso y salió corriendo. Puso el bolso sobre su espalda y corrió, corrió por su vida, pues estaba siendo perseguido por una especie de árbol asesino que cambia cada segundo. Escuchaba los rugidos de desesperación de la bestia tras de él, sentía que en cualquier momento sentiría una rama fría por sus cuerpo y de pronto, simplemente sería devorado por el árbol.
                Ya se estaba cansando, iba corriendo con sus últimas energías, corría con la esperanza de encontrar, un lugar para refugiarse pero al parecer esa pradera era interminable. Sus piernas no pudieron más, y cayó al suelo fatigado, cerró sus ojos y solo esperó el momento de morir. Una gran rama lo tomó por el tronco, el miedo y el pánico eran tan grandes que tenía ganas de gritar pero no podía, no podía hacer nada, solo esperar el momento de sentir el dolor de la muerte. El monstruo produjo un fuerte rugido que resonó sobre su oído dejándolo con un zumbido insoportable.
                De pronto el silencio se apoderó de sus oídos, sabía que el monstruo árbol ya no estaba allí. Estoy muerto pensó, pero al abrir los ojos se dio cuenta que se hallaba solo en la inmensidad de esa interminable pradera. El árbol había desaparecido y Ben seguía vivo.

lunes, 21 de enero de 2013

Cuento Navideño.



Un lugar para recordar






La nieve empieza a caer, las canciones navideñas se escuchan en los hogares, oh blanca navidad, pareciera que cada vez llegaras más rápido.
Hola amigo, ¿Me recuerdas? ¡Vamos amigo busca la pelota, búscala!
Y aquí me encuentro otra vez, con la nieve cayendo sobre mí, como todos los años.
Es bonito poder recordar a un ser amado, dicen que los perros son los mejores amigos del hombre, y déjenme decirles que tienen toda la razón al decirlo. Billy no era un perro más de esos que tienen las personas, ya sea para el entretenimiento de sus hijos, para sentirse acompañados o solo porque les gusta tener una mascota. Billy era especial, más que un perro, mi mejor amigo, mi único amigo de hecho. Ese animal era la única familia que tenía, mi madre pasaba todo el día trabajando y mi padre murió cuando apenas tenía cuatro años así que no recuerdo mucho de él, lo que me dejaba solo todo el día con Billy.
Jaja lo sé amigo, te gusta que te acaricie, tranquilo siéntate aquí conmigo.
Ver a los niños correteando por ahí, divirtiéndose con sus amigos, me recuerda tanto a mi infancia, sólo que yo no tuve más amigos que tú, mi timidez no me lo permitía, además, contigo me bastaba, no necesitaba a nadie más. Pero lo que más me recuerda a mi infancia es la navidad. Recuerdo cuando te lanzaba la pelota y tu muy contento ibas a buscarla, pero nunca la traías de vuelta.
Sí, te ríes verdad, porque sabes que es cierto. Cada año que te vuelvo a ver aquí jugamos y reímos, pero este año quiero hablar, quiero recordar aquel día frío en el que me salvaste la vida y cómo tres días después falleciste, una historia triste no, pero a ver si mi memoria no me falla.
15 de diciembre de 1936, a poco yo tenía trece años, recuerdo que estábamos jugando en el bosque de más allá de la casa de los Simonds, la estábamos pasando genial como siempre, y yo lanzándote la pelota a ver si algún día en la vida la ibas a traer de vuelta, todo era risas y diversión hasta que tropecé con una rama y me rompí una pierna. No me podía mover, recuerdo tus ojos, tu mirada preocupada, la oscuridad se avecinaba y la navidad estaba cerca, lo que traía consigo noches más frías de lo habitual.
Pasaban los minutos, las horas, el tiempo se me hacía eterno y nadie se nos cruzaba para darnos una mano, y volví a mirarte, con tus ojos lagrimosos y tu mirada desesperada me decían que harías algo y así fue, me tomaste por una manga y me arrastraste con todas tus fuerzas hacia la calle más cercana. Sabía que estabas cansado y eras un perro ya un poco viejo, tu energía no era lo mejor pero aun así lo intentaste, y lo lograste. Lograste arrastrarme a la calle más cercana donde me vio una mujer en una camioneta, la mujer muy preocupada se detuvo y nos subió a su auto en donde nos llevó al hospital más cercano. Lo que hiciste fue heroico, único, me salvaste la vida, pero te sacrificaste por mí, sabías que no podías aguantar arrastrarme tanto, y  aun así lo intentaste. Ya me estoy desviando de la historia por mi sentimentalismo. Bueno sigamos. Llegamos al hospital me pusieron un yeso el cual mi madre notó una semana después, puesto que siempre que llegaba a la casa yo me hallaba durmiendo con una sábana que me tapaba la pierna, la mujer de la camioneta se hizo pasar por mi madre ya que mi verdadera mamá estaba trabajando como cosa rara. Pasaron tres días, tres días en los que no querías jugar, no querías hacer nada, ya no te quedaba mucho tiempo, lo noté, sabía que estabas cansado y al final llegaste al mismo camino al que vamos todos, la muerte.
Cómo lloré sabes, lloré y pataleé. No es fácil perder a alguien que amas y mucho menos si ése alguien es el único amigo que tienes. Me sentía solo, no hablaba con nadie, llegué a pensar en suicidarme para estar contigo otra vez, qué locura. Y de cómo estamos aquí, pues eso fue algo mágico que hiciste, no sé qué, recuerdo estar en mi cama, llorando, y en mi mano tenía la pelota con la cual jugábamos y la tiré contra la pared, cerré los ojos y noté que la pelota nunca cayó. Ahí estabas tú, con tus relucientes ojos y la pelota en la boca, un resplandor emanaba de tu cuerpo, giraste tu cabeza como apuntando a la ventana y desapareciste, al asomarme te vi allá abajo, junto a la calle con la pelota en la boca, esperando a que yo bajara, pudiera decir, que todas las emociones existentes se apoderaron de mí en ese momento. Salí tan rápido de mi casa como mi juventud me lo permitió y fui tras de ti, tú corrías y corrías siempre con la pelota en la boca, no sabía a donde me dirigías pero aun así te seguí, estábamos en la pradera donde te enterré, ya bastante lejos de casa, te detuviste sobre tu tumba y desapareciste, me acerqué y vi allí tu pelota sobre un papel, era un fragmento de un villancico, nuestro villancico favorito, el que te ponía a ladrar como nunca:

Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar
Recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.
               
Volteé y ahí estabas tú, desde pequeño siempre te hablé, bueno aún lo hago, nunca tuve la esperanza de que me respondieras, pero ese día, juro que escuché tu voz, un susurro en mi oído, una voz hermosa que me dijo: Cuando los primeros copos de nieve caigan del cielo y los villancicos se oigan por todo el pueblo, ven a buscarme y tu infancia recordarás.
Y eso hice. Al año siguiente, el primer día que nevó fui a buscarte, no te veía en ningún lado, empecé a perder las esperanzas estaba ya a punto de irme cuando apareciste con tu sonrisa y tu cola moviéndose de aquí para allá. Sentía como caían las lágrimas de mis ojos, lágrimas de felicidad. Otra vez juntos, pensé. Y así hemos seguido año tras año, recordando, como si fuésemos tan solo niños.
Y aquí estamos otra vez amigo. Otro año más, otra navidad más recordando como si fuese la primera vez, todo lo que vivimos. ¡Ya! Deja de lamerme la cara sabes que nunca me gustó, no puedo creer que te gusten mis arrugas, ochenta y cuatro años y aún seguimos juntos, quién lo diría.
Oh mira que ya es tarde, lamentablemente me tengo que ir, fue hermoso haberte visto otra vez, y usar este día para recordar todo lo que vivimos. ¡Hasta el próximo año amigo! Que tengas una feliz navidad.


Fin.







Basado en el villancico: Navidad Blanca Navidad

Oh Blanca Navidad,
sueño y con la nieve alrededor,
blanca es mi primera
y es mensajera de paz y de puro amor
Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar
Recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.
Oh Blanca Navidad, sueño
y con la nieve alrededor,
blanca es mi primera
y es mensajera de paz y de puro amor.
Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar,
recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.