martes, 29 de enero de 2013

El mundo de Ben (Cont.) 7


El mundo de Ben (Cont.)

7

                Cegados por la fuerte luz que venía de detrás de las puertas y que pasaba entre éstas. Ben y Andy tuvieron que esperar unos segundos a que su vista se normalizara.
                Su panorama actual era una larga y extensa llanura alfombrada de un monte totalmente seco que hacía ruido al caminar por ella. El sol que parecía más cerca de lo normal, emitía un calor sucio y pegajoso.
                A lo lejos se veía una especie de granja; una pequeña casa de dos pisos y un granero, a un lado, una zona de infinita distancia llena de altos matorrales trigo.
                —Qué calor —Dijo Andy mientras se quitaba el sudor de la frente—, ya empiezo a extrañar un poco el frío de las montañas.
                El calor era infernal, no tan fuerte como en el desierto, pero este era un tipo de calor diferente que parecía quedarse pegado en la piel. Ambos se sacaron las ropas invernales y las dejaron en el suelo, el calor se alivió un poco.
                —Bien, cerremos las puertas del túnel antes de seguir. —Dijo Ben mientras se volvía buscando la puerta que ya no estaba.
                Detrás de ellos las puertas de donde venían, el túnel, la montaña alta, habían desaparecido como si siempre hubiesen estado en la larga llanura. Se quedaron sin palabras y simplemente trataron de ignorar la desaparición de las montañas y del túnel, se dieron media vuelta y empezaron a caminar hacia la granja.
                —Vamos allá, tal vez encontremos algo interesante. —Propuso Andy.
                Llegaron a la granja, solitaria y propia de película de terror. Entraron al granero de primero, era un granero común y corriente, había varios espacios para mantener vacas y caballos, pero no había ni uno.
                Se pusieron a revisar y encontraron dos pistolas como destinadas para ellos, ambas cargadas.
                —Ten —Dijo Andy mientras posaba una de las pistolas en la mano de Ben—, tal vez nos puedan ser útil luego.
                Ya estaban a punto de salir cuando escucharon un ruido de algo raspando una superficie de madera. Eran unas patas. Se voltearon de golpe esperando a que volviera el sonido. Y volvió.
                Se acercaron al origen del ruido y se asomaron sobre una de las jaulas de las vacas que no habían  y se encontraron con un pequeño perro encerrado que les dirigió una mirada tierna esperando a que le sacaran de allí. Abrieron la puerta para que el perro saliera y Ben lo cargó.
                —Qué bonito es, siempre quise un perrito. —Dijo Ben mientras acariciaba la barriga del perro.
                De pronto el perro empezó a moverse de manera extraña como si quisiera zafarse y lanzó su boca abierta, mostrando grandes colmillos blancos hacia la cara de Ben, éste del susto tiró al perro al suelo y  sus ojos se pusieron tan rojos como los de aquellos hombres de piedra. Estaba claro que ese perro no era normal, había una especie de demonio dentro de él.
                El perro se quedó mirándolos mientras gruñía, éste se abalanzó sobre ellos, Ben cerró los ojos esperando por la mordida del animal. Andy le jaló del brazo para que no mordieran a Ben.
                —¡Vamos a la casa! —Gritó Andy mientras jalaba del brazo a Ben para que abriera los ojos y le siguiera hasta la casa.
                Corrieron hacia la casa perseguidos por el perro, durante la carrera del granero a la casa nunca pensaron si la puerta estaría abierta o no. Sentían los gruñidos y las pisadas del perro detrás de ellos pisándoles los talones; por suerte la puerta estaba abierta y entraron jadeando. Prácticamente le cerraron la puerta al perro en la cara, se escuchó desde dentro el golpe de posiblemente su cabeza en la puerta.
                Se arrodillaron para recuperar el aliento, estaban exhaustos y pasando el susto del perro, cuando una voz masculina tenebrosa detrás de ellos les habló:
                —El que se mete con mi perro se mete conmigo —Un hombre con cara de granjero, de al menos sesenta años con el cabello canoso, portaba un sombrero en la cabeza y una horca en la mano—, y por eso deben morir.
                El hombre con la horca se abalanzó sobre ellos con la única intención de matarlos. El granjero lanzó su herramienta de trabajo que hacía mejor papel como arma y la lanzó hacia ellos que la esquivaron a poco, pues le hizo una pequeña raja al brazo de Ben.
                Ben se apretó el brazo por un momento revisándose la herida y aguantando el dolor, pero no era el mejor momento para verse. La horca había quedado clavada en la puerta, y el granjero se puso a sacarla. Andy aprovechó el momento y rompió el vidrio de la ventana con un jarrón que encontró en el suelo, le hizo una seña a Ben y  se lanzaron a través de la ventana.
                Empezaron a correr hacia los matorrales de trigo, sintieron algo que los seguía a gran velocidad y gruñendo, era el perro otra vez detrás de ellos.
                Se metieron entre los matorrales, corriendo con sus últimas energías. Ben iba delante de Andy, de momentos Andy miraba de reojo hacia atrás para ver al perro que los seguía con sus ojos rojos y sus intenciones de matarlos a mordiscos. En una de esas cuando Andy volvió la mirada hacia el camino, no vio más a Ben y de pronto cayó.
                Cayeron por un hondo hueco que parecía no terminar y la negrura de las tinieblas los bañó a ambos.

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