El mundo de Ben (Cont.)
3
El
calor en aquel desierto era insoportable, y de momentos se cruzaban con Ben
fuertes ráfagas de viento que le obligaban a sujetar con fuerza el bolso para
que no saliera volando.
Caminaba
y caminaba, y aquel desierto, tal como la
pradera parecían interminables. Ahora extrañaba aquella fresca pradera, que
ahora parecía un paraíso para él comparado con donde estaba.
Se
sentó en una de esas miles de dunas y sacó la botella de agua del bolso. La
botella estaba vacía, a poco le quedaba una pequeña gota que se desvaneció al
tocar su lengua. Se había tomado toda el agua sin darse cuenta. Y la
desesperación comenzó sobre la mente de Ben. ¿De donde iba a sacar agua, o
comida de aquel desierto infinito? Estaba hambriento, no recordaba cuando fue
la última vez que comió algo.
Siguió
caminando, pensando en todo tipo de cosas, ya se había olvidado del árbol
asesino. Ben estaba desesperado, no sabía hacia donde caminar pues todo el
paisaje era igual hacia todos lados, no había ni un cactus, estaba en busca de algún tipo de oasis. En
aquel desierto no pasaba ni una hormiga, estaba cruzando los dedos para
cruzarse con una serpiente y poder comérsela.
Por
un momento bajó la mirada y vio una dona con chocolate junto a sus pies. Los
ojos del muchacho se iluminaron, había conseguido algo de comer. Se agachó para
recogerla y la tomó. Ahora en sus manos, la llevaba directo a su boca, sentía
el olor de aquel chocolate, cuando de pronto, la dona se desvaneció sobre sus
dedos, lo que por un momento fue una sabrosa dona que ni pudo probar, pasó a
ser en unos segundos un poco más de arena para aquel desierto.
Estaba
alucinando, lo tenía claro ahora. Necesitaba comer algo de verdad, comida,
tomar un montón de agua. Tenía la boca seca, su estómago emitía sonidos de como
si tuviera un pequeño monstruo dentro de él. Siguió caminando sin esperanzas,
ahora sólo esperando el momento de morir. Empezaba a ver cosas de momento,
personas, animales, y otras cosas que desaparecían cuando parpadeaba. Veía todo
en cámara lenta. No sabía cuanto tiempo llevaba ya caminando, estaba cansado,
sediento y hambriento.
Su
cuerpo no pudo más y si tiró al suelo, y se acostó. No llegó a dormirse, cuando
empezó a escuchar voces de personas. Estaré
alucinando pensó, pero algo le decía que tenía que levantar la cabeza y
mirar. Con las últimas fuerzas que tenía, levantó la vista y a unos metros de
él se alzaba una especie de restaurante por su nariz pasaba el olor de la
comida, veía como las personas entraban allí.
—Parece
real—Dijo mientras se ponía de pie, y empezaba a caminar hacia aquel lugar
imaginándose un plato de carne con puré de papas, y un gran vaso de jugo de
naranja.
Se
hallaba ahora acercando su mano hacia la puerta de aquel lugar. Cruzando los
dedos y rezando para que no fuese otra alucinación. Se decidió y empujó la
puerta. Esta no se desvaneció, ni desapareció, pues no era una alucinación.
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