sábado, 26 de enero de 2013

El Mundo de Ben (Cont.) 4


El mundo de Ben (Cont.)


4


A ambos lados de Ben, habían dos mesas, en una de estas —La única que estaba ocupada— se hallaban dos tipos con caras extrañas que dirigieron al muchacho una mirada penetrante al entrar, éste no les prestó mucha atención pues por su mente lo único que pasaba era aquel olor a huevo y tocino que impregnaba la atmósfera del restaurante. Una barra con unos ocho taburetes dividía el restaurante a la mitad. Detrás de ésta se encontraba un hombre grande y gordo —Al parecer el único empleado allí— con un delantal blanco, casi negro de grasa y suciedad.
                Ben se acercó a él, se sentó sobre uno de los taburetes y le dijo con cara de desesperación:
—Muero de hambre, sírvame lo que sea que tenga.
—En marcha. —Respondió el hombre mientras se daba la vuelta a la cocina detrás de él y vertía sobre la plancha el contenido de dos huevos y unas tiras de tocino.
Mientras el hombre de la barra y cocinero a la vez, dejaba que se friera la comida, buscó un vaso y le sirvió agua al chico sediento. Cuando la lengua de Ben tocó el agua, fue como haber tocado un trozo de gloria con la punta de la lengua.
                El contenido del vaso desapareció unos segundos, y el joven seguía sediento.
                —¿Me puede traer un poco más?
                —Claro. —Dijo éste mientras buscaba la comida ya lista y le servía otro vaso de agua.
                La comida emanaba un olor único, que se intensificaba con el hambre que tenía. Comió todo en un parpadeo, disfrutando de cada bocado como si fuera el último. Cuando Ben estaba terminando de comer su plato, el hombre de la barra puso un plato de sopa en el mesón.
                —¿Y esto qué?  —Preguntó Ben un tanto confundido.
                —Sigues hambriento, se te nota. Ten come.
                Ben estaba un poco desconcertado, pero no iba a negar ese plato de sopa tan apetecible. Seguía con hambre así que cuando terminó con la última tira de tocino, fue directo a atacar el plato de sopa. Cuando iba por la mitad del plato comenzó a comer más lento, pues necesitaba preguntarle unas cosas a aquel hombre:
                —Disculpe señor, pero… ¿Dónde estoy?
                —¿Qué clase de pregunta es esa? —Dijo el hombre mientras reía. —: Estamos en el mundo B.
                —¿El mundo B? — Ben se quedó en silencio pensativo por unos segundos— ¿Cómo puedo hacer para salir de aquí?
                —Pues, no conozco la forma de salir, todos buscamos la forma de salir. Solo sé que para poder salir de este mundo completo, se necesita de la llave de la puerta del abismo. Una llave que no todos tienen, solo hay tres en total y una de ellas fue destruida, se dice que estas llaves tienen forma de chip.
                —Oh, forma de chip ¿así como éste? —Exclamó Ben mientras buscaba y sacaba del bolso el chip que había encontrado dentro.
                Ben mostró el chip al hombre y éste al verlo, quedó paralizado, sus ojos quedaron como grandes platos dirigidos hacia aquel objeto, que para Ben no tenía mucha importancia.
                —La llave… —A poco se pudieron escuchar estas palabras saliendo de la boca del hombre como un pequeño silbido.
                Los dos hombres de la mesa en diagonal a Ben ya no estaban allí, porque los tenía ahora justo detrás de él. Tenía que hacer algo, correr era la única opción, no podía quedarse un segundo más ahí. Ben metió el chip rápidamente en el bolso mientras el hombre frente a él alargaba sus manos para agarrarle, dio media vuelta y se encontró con los hombres extraños de la mesa, que le veían con sus miradas penetrantes y sonriendo.
                —Danos la llave y te prometemos no hacerte daño. —Decían estos mientras se le acercaban.
                Ben, miró a un lado del restaurante, y se dio cuenta que una de las ventanas del lado derecho estaba abierta de par en par. Emprendió una carrera hasta la ventana, sujetando con fuerza el bolso. Se subió a la mesa y se arrastró rápidamente atreves de la ventana, llegando así al desierto del exterior. Había comido y tenía las energías suficientes para correr, miró sobre su hombro y vio de reojo que los tres hombres allí dentro se acercaban a él. Corrió como si no hubiera mañana, tal maratonista a por el primer lugar. Sentía los pasos de sus contrincantes tras de él. Tenía algo de ventaja, no sabía a dónde iba a llegar pero siguió corriendo.
                De pronto su pie se hundió en la arena, aquello ya no eran más las dunas, había llegado a un campo de arenas movedizas. Trató de zafarse pero sus intentos desesperados no lograban nada. La negrura de aquellas arenas lo inundó de pies a cabeza. Cerró los ojos y aguantó la respiración, fue lo último que pudo hacer.

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