El mundo de Ben (Cont.)
4
A ambos lados
de Ben, habían dos mesas, en una de estas —La única que estaba ocupada— se
hallaban dos tipos con caras extrañas que dirigieron al muchacho una mirada
penetrante al entrar, éste no les prestó mucha atención pues por su mente lo
único que pasaba era aquel olor a huevo y tocino que impregnaba la atmósfera
del restaurante. Una barra con unos ocho taburetes dividía el restaurante a la
mitad. Detrás de ésta se encontraba un hombre grande y gordo —Al parecer el
único empleado allí— con un delantal blanco, casi negro de grasa y suciedad.
Ben se acercó a él, se sentó
sobre uno de los taburetes y le dijo con cara de desesperación:
—Muero de hambre,
sírvame lo que sea que tenga.
—En marcha.
—Respondió el hombre mientras se daba la vuelta a la cocina detrás de él y
vertía sobre la plancha el contenido de dos huevos y unas tiras de tocino.
Mientras el
hombre de la barra y cocinero a la vez, dejaba que se friera la comida, buscó
un vaso y le sirvió agua al chico sediento. Cuando la lengua de Ben tocó el
agua, fue como haber tocado un trozo de gloria con la punta de la lengua.
El
contenido del vaso desapareció unos segundos, y el joven seguía sediento.
—¿Me
puede traer un poco más?
—Claro.
—Dijo éste mientras buscaba la comida ya lista y le servía otro vaso de agua.
La
comida emanaba un olor único, que se intensificaba con el hambre que tenía.
Comió todo en un parpadeo, disfrutando de cada bocado como si fuera el último. Cuando
Ben estaba terminando de comer su plato, el hombre de la barra puso un plato de
sopa en el mesón.
—¿Y
esto qué? —Preguntó Ben un tanto
confundido.
—Sigues
hambriento, se te nota. Ten come.
Ben
estaba un poco desconcertado, pero no iba a negar ese plato de sopa tan
apetecible. Seguía con hambre así que cuando terminó con la última tira de
tocino, fue directo a atacar el plato de sopa. Cuando iba por la mitad del
plato comenzó a comer más lento, pues necesitaba preguntarle unas cosas a aquel
hombre:
—Disculpe
señor, pero… ¿Dónde estoy?
—¿Qué
clase de pregunta es esa? —Dijo el hombre mientras reía. —: Estamos en el mundo
B.
—¿El
mundo B? — Ben se quedó en silencio pensativo por unos segundos— ¿Cómo puedo
hacer para salir de aquí?
—Pues,
no conozco la forma de salir, todos buscamos la forma de salir. Solo sé que
para poder salir de este mundo completo, se necesita de la llave de la puerta
del abismo. Una llave que no todos tienen, solo hay tres en total y una de
ellas fue destruida, se dice que estas llaves tienen forma de chip.
—Oh,
forma de chip ¿así como éste? —Exclamó Ben mientras buscaba y sacaba del bolso
el chip que había encontrado dentro.
Ben
mostró el chip al hombre y éste al verlo, quedó paralizado, sus ojos quedaron
como grandes platos dirigidos hacia aquel objeto, que para Ben no tenía mucha
importancia.
—La
llave… —A poco se pudieron escuchar estas palabras saliendo de la boca del
hombre como un pequeño silbido.
Los
dos hombres de la mesa en diagonal a Ben ya no estaban allí, porque los tenía
ahora justo detrás de él. Tenía que hacer algo, correr era la única opción, no
podía quedarse un segundo más ahí. Ben metió el chip rápidamente en el bolso
mientras el hombre frente a él alargaba sus manos para agarrarle, dio media
vuelta y se encontró con los hombres extraños de la mesa, que le veían con sus
miradas penetrantes y sonriendo.
—Danos
la llave y te prometemos no hacerte daño. —Decían estos mientras se le
acercaban.
Ben,
miró a un lado del restaurante, y se dio cuenta que una de las ventanas del lado
derecho estaba abierta de par en par. Emprendió una carrera hasta la ventana, sujetando
con fuerza el bolso. Se subió a la mesa y se arrastró rápidamente atreves de la
ventana, llegando así al desierto del exterior. Había comido y tenía las
energías suficientes para correr, miró sobre su hombro y vio de reojo que los
tres hombres allí dentro se acercaban a él. Corrió como si no hubiera mañana,
tal maratonista a por el primer lugar. Sentía los pasos de sus contrincantes
tras de él. Tenía algo de ventaja, no sabía a dónde iba a llegar pero siguió
corriendo.
De
pronto su pie se hundió en la arena, aquello ya no eran más las dunas, había
llegado a un campo de arenas movedizas. Trató de zafarse pero sus intentos
desesperados no lograban nada. La negrura de aquellas arenas lo inundó de pies
a cabeza. Cerró los ojos y aguantó la respiración, fue lo último que pudo
hacer.
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