Extrañar. Extrañar es una mierda.
Vaya que sí.
Es como un fuego que se enciende en
tu interior apenas te despegas de aquello a lo que te mantienes aferrado;
aquello con lo que, no quisieras dejar de compartir la compañía.
Quemándote cada segundo en el que recuerdas lo que extrañas. Pero al mismo
tiempo, y sin ser un caso opuesto, surge un frío interno, casi como una
avalancha de nieve o una cascada de agua helada que congela cada parte de tu
ser, haciendo énfasis en los lugares donde más duele: el cerebro y el corazón.
Entonces estamos ante un descontrol de temperaturas que hace al cuerpo
comportarse distinto. Como toda catástrofe natural, el poseedor de ella es
quien lleva todo el caos. Algo empieza a ocurrir. Notarás que no te concentras
en lo que haces tanto como antes, que tus pensamientos se ven entorpecidos por
una imagen, por un recuerdo, por una voz. Notarás del mismo modo que el mundo
ante tus ojos aparece ahora distinto, incluso cuando nada en él ha cambiado, pues
la revolución ha ocurrido en aquel mundo al que solo tú tienes ojos. Te sientes
como una mierda, pero no porque hayas hecho algo malo, sino por aquello que no
alcanzaste a hacer. Has disfrutado los días pero, no es suficiente. Entonces
empieza la cuenta regresiva, una cuenta con bases muy vagas que se
establecen para buscar la forma de matar a ese fenómeno que ocurre en ti
llamado «Extrañar».
Esto no es todo, algo más está
ocurriendo. Una nueva pregunta surge: ¿Aquello que extraño lo hace del mismo
modo? Solo puedo esperar a que la respuesta sea positiva. Pero eso no lo
respondo yo, sino que queda allí, divagando en el cerebro como un niño perdido
en busca de la mano de una madre a la que sostenerse entre la oscuridad. Qué
terrible sería extrañar la inexistencia. Hay casos, sí. Es algo que ocurre
mucho, y estaría sumamente triste de saber que el mío es uno más del montón.
Pero busco la felicidad, busco la forma de asegurarme de que el sentimiento sea
mutuo pues, cuando dos cuerpos se extrañan, sus almas parecen estar conectadas
aún en la distancia, porque el vínculo por el que ha surgido el sentimiento, se
ha establecido ya sobre las bases del amor.
No hay nada que negar, nada que
reclamar, nada por lo que llorar o reír mientras tanto. Solo queda extrañar y,
esperar con afán y una sonrisa escondida, el próximo encuentro.
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