EL MUNDO DE BEN
1
Ben se encontraba en la negrura
del sueño a punto de despertar, sentía como si hubiese dormido veinte años, “me
habré quedado dormido” pensó.
—Será
mejor que me levante de una vez por todas—Dijo mientras se restregaba los ojos.
—Aún tengo mucha tarea que terminar…
Sus
palabras se cortaron al darse cuenta de que no se encontraba en su cama. La
confusión y el pánico de cómo había llegado ahí se apoderaron de él. En su
rango de visión, se encontraba una extensa pradera que parecía de película, no
había ni un solo árbol, excepto por el que tenía detrás de él, en el cual al
parecer se había quedado dormido.
—Todo
esto es solo un sueño, yo sigo dormido, nada de esto puede ser real.
Ben
tenía conocimientos sobre los sueños lúcidos, pensaba que tan solo era uno de
estos, se dice que para confirmar si se está en uno hay que pellizcarse y darse
cuenta que no sentía dolor. Se pellizcó el brazo izquierdo. No sintió nada.
Estaba
claro, todo eso era real. Su mente se sumió en un gran barril de confusión. Se
levantó del césped y respiró profundo, sentía por su nariz ese olor
característico. Tenía que buscar una forma de salir de ahí y volver a su hogar.
Dio
un giro de ciento ochenta grados admirando la, al parecer infinita pradera que
le rodeaba, y posó su mirada sobre el árbol detrás de él. Era enorme, tendría
al menos cien años, con un tronco oscuro y grueso, la parte alta del árbol
producía una gran sombra sobre él, con largas ramas y hojas más verdes de lo
normal. Ben se quedó por lo menos un cuarto de hora admirando aquel árbol de
largas ramas.
Sintió
una corriente de aire que pasaba entre sus cabellos castaños que le hizo
voltear de golpe, a unos pocos metros de él se hallaba un bolso en el suelo, se
veía lleno así que se acercó a él. No había abierto siquiera el bolso cuando
uno de los sonidos más extraños jamás escuchados en su vida resonó tras
él. Al darse la vuelta, vio el árbol
allí como siempre, pero solo que ya no era el mismo árbol de grandes hojas verdes,
sino el árbol de grandes hojas violetas, el árbol cambió el color de sus hojas
tan de repente que por un momento pensó que éste siempre tuvo las hojas así.
Pero estas hojas no se quedaron así, pues de pronto se secaron todas y cayeron
una tras una en un momento, como si todas las estaciones del año hubiesen
pasado por el árbol en menos de cinco minutos.
Y
cuando pensó que la confusión no podía ser mayor, una gran boca y ojos se
formaron en el tronco, era una cara mala, Ben lo notaba, cualquiera que lo
hubiese visto lo hubiera notado, cualquiera hubiese notado que ese árbol lo
quería matar. El árbol de las grandes hojas verdes —Ahora sin hojas— estiró sus
ramas más largas como si fuesen grandes brazos buscando atraparlo.
El
árbol, que parecía hacerse más grande y feroz cada vez, emitió un terrible
rugido, más fuerte que el de cualquier león en el mundo. Las piernas le
empezaron a fallar, empezó a retroceder paso a paso sin dejar de mirar el árbol
—Si así se le puede llamar— que cada segundo que pasaba se encontraba más cerca
del joven. De pronto tropezó y cayó de espaldas sobre el bolso que no pudo
revisar. Se quedó pensativo por un momento mirando el bolso y cuando volvió la
vista hacia el árbol monstruo, ya lo tenía casi sobre él.
No
pensó mucho, tomó el bolso y salió corriendo. Puso el bolso sobre su espalda y
corrió, corrió por su vida, pues estaba siendo perseguido por una especie de
árbol asesino que cambia cada segundo. Escuchaba los rugidos de desesperación
de la bestia tras de él, sentía que en cualquier momento sentiría una rama fría
por sus cuerpo y de pronto, simplemente sería devorado por el árbol.
Ya
se estaba cansando, iba corriendo con sus últimas energías, corría con la
esperanza de encontrar, un lugar para refugiarse pero al parecer esa pradera
era interminable. Sus piernas no pudieron más, y cayó al suelo fatigado, cerró
sus ojos y solo esperó el momento de morir. Una gran rama lo tomó por el
tronco, el miedo y el pánico eran tan grandes que tenía ganas de gritar pero no
podía, no podía hacer nada, solo esperar el momento de sentir el dolor de la
muerte. El monstruo produjo un fuerte rugido que resonó sobre su oído dejándolo
con un zumbido insoportable.
De
pronto el silencio se apoderó de sus oídos, sabía que el monstruo árbol ya no
estaba allí. Estoy muerto pensó, pero
al abrir los ojos se dio cuenta que se hallaba solo en la inmensidad de esa
interminable pradera. El árbol había desaparecido y Ben seguía vivo.
2
Ben
llevaba recorrido al menos cinco kilómetros, no dejaba de pensar en el árbol
monstruo que le había atacado y de la nada desapareció. Caminaba por inercia
pues estaba metido de fondo en sus pensamientos; el árbol, aquel lugar extraño,
que parecía siempre igual, por más que
caminara, no encontraba nada diferente. La desesperación empezó a apoderarse de
él. Quería ir a su casa, ver a sus padres, y seguir viviendo como una persona
normal, una vida próspera, casarse y tener hijos. De pronto sus pensamientos se
cortaron por el torrente de lágrimas que brotaron de los ojos del joven, se
tiró al suelo y puso el bolso junto a él. Y lloró por unos segundos hasta que
se dio cuenta del bolso que tenía a su lado y el cual llevaba encima desde hace
rato. No se acordaba del bolso, a poco lo acababa de notar. Pasó tanto tiempo
inmerso en sus pensamientos que se olvidó totalmente de él.
—¡El
bolso! —Exclamó mientras lo ponía sobre sus piernas y lo revisaba. Dentro
encontró una botella de agua, una tijera y un pequeño chip el cual trató de no
tocar mucho, pues le pareció importante. Tomó la botella de agua y bebió un
largo sorbo que se llevó la mitad del contenido de ésta. Volvió a revisar el
bolso y encontró una nota de papel que decía en una letra muy extraña, algo que
no entendía mucho, lo que sus ojos veían no eran más que garabatos para él.
Giró el papel y vio que había allí escrito un número diez, un pie y la letra N.
Esto lo entendía, fue boy scout en
otro momento y entendió lo que trataba de decir el mensaje, diez pasos al
norte. Pero ¿Hacia donde era el norte? Esto no era motivo de problema pues en
sus tiempos de Boy Scout le enseñaron
a encontrar el norte, sur, este y oeste sin necesidad de brújula.
Como
en esa extraña pradera no había ni una rama, Ben tomó la tijera, la enterró
sobre la tierra y marcó con el dedo la dirección en la que se proyectaba la
sombra de la tijera y se volvió a sentar a esperar.
Pasados
unos minutos miró la tijera y vio por donde iba la sombra proyectada por ésta.
La sombra se había movido unos centímetros marcándole hacia dónde se encontraba
el Este, y con esto supo hacia donde era el Norte. Lo marcó y sin más, retiró
la tijera del suelo, la puso en el bolso y con el papel en la mano, mirando
hacia el norte, empezó a contar mientras daba un paso tras otro. Uno…Dos…Tres…Cuatro…Cinco…Seis…Siete…Ocho…Nueve
y Diez…
Ben
parpadeó al decir este último número y al abrir los ojos, le costó volverlos a
cerrar. Se encontraba en shock, la pradera en la que estaba, ahora era un gran
desierto, dio un giro de 360º y estaba claro; detrás, delante y a los lados de
él no había más nada que grandes y largas dunas que parecían un gran mar de
arena. ¿Dónde había quedado la pradera? No lo sabía, en un parpadeo todo a su
alrededor cambió. Ben seguía en shock, no podía creer lo que había ocurrido
—Oh
Dios… —Fue lo único que pudo articular su boca en ese momento.
3
El
calor en aquel desierto era insoportable, y de momentos se cruzaban con Ben
fuertes ráfagas de viento que le obligaban a sujetar con fuerza el bolso para
que no saliera volando.
Caminaba
y caminaba, y aquel desierto, tal como la
pradera parecían interminables. Ahora extrañaba aquella fresca pradera, que
ahora parecía un paraíso para él comparado con donde estaba.
Se
sentó en una de esas miles de dunas y sacó la botella de agua del bolso. La
botella estaba vacía, a poco le quedaba una pequeña gota que se desvaneció al
tocar su lengua. Se había tomado toda el agua sin darse cuenta. Y la
desesperación comenzó sobre la mente de Ben. ¿De donde iba a sacar agua, o
comida de aquel desierto infinito? Estaba hambriento, no recordaba cuando fue
la última vez que comió algo.
Siguió
caminando, pensando en todo tipo de cosas, ya se había olvidado del árbol
asesino. Ben estaba desesperado, no sabía hacia donde caminar pues todo el
paisaje era igual hacia todos lados, no había ni un cactus, estaba en busca de algún tipo de oasis. En
aquel desierto no pasaba ni una hormiga, estaba cruzando los dedos para
cruzarse con una serpiente y poder comérsela.
Por
un momento bajó la mirada y vio una dona con chocolate junto a sus pies. Los
ojos del muchacho se iluminaron, había conseguido algo de comer. Se agachó para
recogerla y la tomó. Ahora en sus manos, la llevaba directo a su boca, sentía
el olor de aquel chocolate, cuando de pronto, la dona se desvaneció sobre sus
dedos, lo que por un momento fue una sabrosa dona que ni pudo probar, pasó a
ser en unos segundos un poco más de arena para aquel desierto.
Estaba
alucinando, lo tenía claro ahora. Necesitaba comer algo de verdad, comida,
tomar un montón de agua. Tenía la boca seca, su estómago emitía sonidos de como
si tuviera un pequeño monstruo dentro de él. Siguió caminando sin esperanzas,
ahora sólo esperando el momento de morir. Empezaba a ver cosas de momento,
personas, animales, y otras cosas que desaparecían cuando parpadeaba. Veía todo
en cámara lenta. No sabía cuanto tiempo llevaba ya caminando, estaba cansado,
sediento y hambriento.
Su
cuerpo no pudo más y si tiró al suelo, y se acostó. No llegó a dormirse, cuando
empezó a escuchar voces de personas. Estaré
alucinando pensó, pero algo le decía que tenía que levantar la cabeza y
mirar. Con las últimas fuerzas que tenía, levantó la vista y a unos metros de
él se alzaba una especie de restaurant, por su nariz pasaba el olor de la
comida, veía como las personas entraban allí.
—Parece
real—Dijo mientras se ponía de pie, y empezaba a caminar hacia aquel lugar
imaginándose un plato de carne con puré de papas, y un gran vaso de jugo de
naranja.
Se
hallaba ahora acercando su mano hacia la puerta de aquel lugar. Cruzando los
dedos y rezando para que no fuese otra alucinación. Se decidió y empujó la
puerta. Esta no se desvaneció, ni desapareció, pues no era una alucinación.
4
A ambos lados
de Ben, habían dos mesas, en una de estas —La única que estaba ocupada— se
hallaban dos tipos con caras extrañas que dirigieron al muchacho una mirada
penetrante al entrar, éste no les prestó mucha atención pues por su mente lo
único que pasaba era aquel olor a huevo y tocino que impregnaba la atmósfera
del restaurante. Una barra con unos ocho taburetes dividía el restaurante a la
mitad. Detrás de ésta se encontraba un hombre grande y gordo —Al parecer el
único empleado allí— con un delantal blanco, casi negro de grasa y suciedad.
Ben se acercó a él, se sentó
sobre uno de los taburetes y le dijo con cara de desesperación:
—Muero de hambre,
sírvame lo que sea que tenga.
—En marcha.
—Respondió el hombre mientras se daba la vuelta a la cocina detrás de él y
vertía sobre la plancha el contenido de dos huevos y unas tiras de tocino.
Mientras el
hombre de la barra y cocinero a la vez, dejaba que se friera la comida, buscó
un vaso y le sirvió agua al chico sediento. Cuando la lengua de Ben tocó el
agua, fue como haber tocado un pedacito de gloria con la punta de la lengua.
El
contenido del vaso desapareció unos segundos, y el joven seguía sediento.
—¿Me
puede traer un poco más?
—Claro.
—Dijo éste mientras buscaba la comida ya lista y le servía otro vaso de agua.
La
comida emanaba un olor único, que se intensificaba con el hambre que tenía.
Comió todo en un parpadeo, disfrutando de cada bocado como si fuera el último.
Cuando Ben estaba terminando de comer su plato, el hombre de la barra puso un
plato de sopa en el mesón.
—¿Y
esto qué? —Preguntó Ben un tanto
confundido.
—Sigues
hambriento, se te nota. Ten come.
Ben
estaba un poco desconcertado, pero no iba a negar ese plato de sopa tan
apetecible. Seguía con hambre así que cuando terminó con la última tira de
tocino, fue directo a atacar el plato de sopa. Cuando iba por la mitad del
plato comenzó a comer más lento, pues necesitaba preguntarle unas cosas a aquel
hombre:
—Disculpe
señor, pero… ¿Dónde estoy?
—¿Qué
clase de pregunta es esa? —Dijo el hombre mientras reía. —: Estamos en el mundo
B.
—¿El
mundo B? — Ben se quedó en silencio pensativo por unos segundos— ¿Cómo puedo
hacer para salir de aquí?
—Pues,
no conozco la forma de salir, todos buscamos la forma de salir. Solo sé que
para poder salir de este mundo completo, se necesita de la llave de la puerta
del abismo. Una llave que no todos tienen, solo hay tres en total y una de ellas
fue destruida, se dice que estas llaves tienen forma de chip.
—Oh,
forma de chip ¿así como éste? —Exclamó Ben mientras buscaba y sacaba del bolso
el chip que había encontrado dentro.
Ben
mostró el chip al hombre y éste al verlo, quedó paralizado, sus ojos quedaron
como grandes platos dirigidos hacia aquel objeto, que para Ben no tenía mucha
importancia.
—La
llave… —A poco se pudieron escuchar estas palabras saliendo de la boca del
hombre como un pequeño silbido.
Los
dos hombres de la mesa en diagonal a Ben ya no estaban allí, porque los tenía
ahora justo detrás de él. Tenía que hacer algo, correr era la única opción, no
podía quedarse un segundo más ahí. Ben metió el chip rápidamente en el bolso
mientras el hombre frente a él alargaba sus manos para agarrarle, dio media
vuelta y se encontró con los hombres extraños de la mesa, que le veían con sus
miradas penetrantes y sonriendo.
—Danos
la llave y te prometemos no hacerte daño. —Decían estos mientras se le
acercaban.
Ben,
miró a un lado del restaurant, y se dio cuenta que una de las ventanas del lado
derecho estaba abierta de par en par. Emprendió una carrera hasta la ventana,
sujetando con fuerza el bolso. Se subió a la mesa y se arrastró rápidamente
atreves de la ventana, llegando así al desierto del exterior. Había comido y
tenía las energías suficientes para correr, miró sobre su hombro y vio de reojo
que los tres hombres allí dentro se acercaban a él. Corrió como si no hubiera
mañana, tal maratonista a por el primer lugar. Sentía los pasos de sus
contrincantes tras de él. Tenía algo de ventaja, no sabía a donde iba a llegar
pero siguió corriendo.
De
pronto su pie se hundió en la arena, aquello ya no eran más las dunas, había
llegado a un campo de arenas movedizas. Trató de zafarse pero sus intentos
desesperados no lograban nada. La negrura de aquellas arenas lo inundó de pies
a cabeza. Cerró los ojos y aguantó la respiración, fue lo último que pudo
hacer.
5
Los
hechos que sucedieron luego de haber quedado aplastado por toneladas de arena
movediza, pasaron por la mente de Ben como pequeños fragmentos de fotografías
que veía de vez en cuando. Al principio sentía mucho calor, se sentía asfixiado
y no podía ni respirar. De pronto empezó a sentir mucho frío, veía todo negro y
por pequeños momentos que entreabría los ojos veía mucha nieve. Ben sintió que
se movía, alguien lo estaba llevando cargado. Hizo sus mayores esfuerzos por
abrir los ojos y ver quién era, pero su cansancio no se lo permitía. Se sentía
muy cansado y débil. Y por un momento aquel frío penetrante pasó a ser más
ligero.
—Al
fin despiertas. —Exclamó un hombre de no más de treinta años que estaba junto a
Ben intentando encender una fogata.
Ben
se incorporó aún aturdido, no tenía ni idea de donde estaba.
—¿Dónde
está el desierto?¿Qué pasó? —Preguntó mientras se frotaba la cabeza con una
mano.
—¿El
desierto? —Preguntó el hombre confundido por un momento—: Ah, así que vienes
del mundo B. Te encuentras en el mundo C amiguito, te encontré tirado en el
suelo, con casi todo el cuerpo bajo nieve mientras iba a buscar algo de comida
y te traje aquí. Me llamo Andy mucho gusto.
Ben
se quedó un momento en silencio pensativo, mirando a los lados. Se hallaba
dentro de una cueva solo con ese hombre que no parecía malo. Por fin respondió:
—Soy Ben. ¿Cuánto
tiempo llevo dormido?
—Un
poco más de un año.
El joven de
quince años —Ahora dieciséis— quedó petrificado, sin habla. Estaba a punto de
desmayarse, pero Andy le dio un pequeño empujón al hombro y volvió a la
normalidad.
—¿Un
año dormido? —Preguntó Ben confuso y con ganas de vomitar, tenía el estómago
revuelto. —: ¿O sea que llevo aquí en esta de cueva más de un año?
—Pues
sí, te he dado de comer durante todo este tiempo.
—Muchas
gracias por todo, de verdad —Dijo Ben dirigiéndole una sonrisa un poco
confusa—. Pero necesito salir de este lugar. Desperté en una pradera, luego
llegué a un desierto, entré a un restaurante y unos bandidos me querían robar,
así que salí corriendo, llegué a unas arenas movedizas y no recuerdo más.
—Este
es un mundo muy grande amiguito, necesitas visitar muchos lugares para poder
salir de aquí, ni siquiera se conoce una salida exacta, pero estoy seguro que
en el mundo G podrás encontrar ayuda.
—¿Cómo
llego al mundo G?
—Pues
tienes que atravesar los mundos que preceden a ése. Lo primero que debes hacer
es salir del mundo C. La salida está atravesando el túnel bajo la montaña alta.
—Necesito
que me lleves a esa montaña ahora mismo… —Sus palabras se vieron interrumpidas
por el sonido de sus tripas pidiendo comida.
—Será
mejor que comas algo antes amiguito —Dijo Andy mientras encendía la fogata y
ponía un muslo de pavo al fuego.
Ben no tenía
la menor idea de donde había sacado un muslo de pavo en aquél lugar, pero no
iba a desaprovechar la oportunidad. Había visto tantas cosas raras que ya se
empezaba a acostumbrar. El olor que desprendía era delicioso. Cuando estuvo
listo, comieron hasta quedar solo un hueso sin carne.
—Bueno
ahora sí, vamos a llevarte al túnel. —Dijo Andy mientras ambos se ponían de pie
y salían de la cueva—: Llevaremos provisiones para el camino, pues el túnel
está algo lejos y con esta tempestad nos cansaremos más y nos dará más hambre.
Grandes
montañas bañadas en nieve se alzaban en aquel lugar, un frío penetrante bailaba
en el aire en fuertes ráfagas cortantes de viento que se sentían en la piel
como miles de pequeñas hojillas. Ben y Andy iban tapados con ropas de
esquimales —Ben tampoco tenía ni la menor idea de donde había sacado aquellas
ropas—, con las que aún se sentía el frío, pero no tan fuerte. Ben llevaba
sobre la espalda su bolso y Andy llevaba el suyo con provisiones y otras cosas
que Ben desconocía.
—¿Estás
listo? —Preguntó Andy gritando por las ráfagas de viento que no dejaban escuchar
nada.
—Sí.
—Respondió Ben con los ojos entrecerrados por el viento.
—Pues
vamos. —Concluyó Andy y ambos comenzaron a caminar a través de la inmensidad de
aquellas montañas.
6
Ben
se dio cuenta que aquel túnel sí estaba lejos cuando notó que llevaban al menos
diez kilómetros recorrido y aún no llegaban.
—¿Falta
mucho? —Preguntó Ben exhausto.
—No
tanto, tras esta pequeña montaña se encuentra una planicie donde están los
Hombres de la Guardia. Tenemos que pasar a través de ellos y detrás de éstos
está la entrada al túnel.
—¿Los
hombres de la Guardia? —Preguntó Ben confuso y curioso.
—Sí,
ya lo verás.
Bajaron
por la pequeña montaña en la que estaban deslizándose como si fuese un tobogán.
Llegaron a una larga y ancha planicie cubierta de nieve. Ben estaba mirando a
todos lados en busca de los Hombres de la Guardia.
—¿Dónde
están que no los veo? —Sus palabras se cortaron cuando la niebla se disipó y
los vio.
A
lo largo y ancho cientos de hombres de piedra todos iguales se hallaban en
filas y en columnas todos a la misma distancia de separación uno del otro.
Tenían aspecto asiático con ropas medievales como si fuesen a una guerra, y
ninguno se movía.
Ben
estaba fascinado con aquella imagen y a la vez temeroso, esos hombres producían
una especie de tensión en aquel lugar.
—Déjame
explicarte una cosa antes de atravesarlos —Dijo Andy agarrando la mano de Ben
quien estaba a punto de tocar a uno de los hombres—, primera regla, ni se te
ocurra tocarlos, un mínimo roce y estaremos perdidos. Y la segunda regla una de
las más importantes, no los mires a los ojos.
—Okey
tranquilo haré mi mayor esfuerzo. —Respondió Ben entusiasmado y asustado a la
vez.
Ambos
se adentraron entre aquellos hombres de piedra, Ben detrás de Andy, dirigiendo
la mirada al suelo. Caminaban con paso lento y firme, cuidándose de no tropezar
y evitar el más mínimo roce. Ben sentía que todos esos hombres le estaban
mirando, sentía sus miradas penetrantes, tenía muchas ganas de alzar la vista y
verles las caras, pero se aguantó.
Estaban
ya a más de medio camino de entre los Hombres de la Guardia, cuando de pronto
Ben emitió un estornudo.
Los
dos abrieron los ojos como grandes platos simplemente esperando a que pasara
algo, pero todo seguía en la normalidad. No terminaron de dar otro paso cuando
todas las cabezas de aquellos hombres se dirigieron hacia Ben, mirándole
fijamente, Ben no los veía a la cara, pero sabía lo que estaba pasando.
—Oh
no... —Susurró Andy con tono preocupado.
Una
voz que parecía venir del cielo y a la vez de todos lados, gruesa y produciendo
eco habló:
—¿Quién
osa enfrentarse a los Hombres de la Guardia?
A
Ben le temblaban las piernas, ninguno de los dos se movía. De pronto los ojos
de todos los hombres de piedra se pusieron rojos como tomates, y encendidos
como dos bombillos navideños.
—¡CORRE!
—Exclamó Andy mientras empezaba a correr.
Ben
se quedó donde estaba, no sabía qué hacer, estaba tan petrificado como aquellos
hombres, pero ahora era al revés pues los hombres eran los que estaban
moviéndose hacia Ben, lo estaba acorralando. Volvió en sí, y empezó a correr,
escabulléndose entre aquellos hombres de piedra que de lejos se notaba que lo
único que querían era matarles.
A
una distancia relativa de Ben se encontraba Andy que ya había llegado al pie de
la Montaña Alta, una gran piedra puntiaguda que se alzaba frente a Ben, era más
alta que todas las otras montañas que había visto en el camino, por algo su
nombre.
Al
pie de la montaña estaba la puerta del túnel iluminada en aquella neblina por
dos antorchas las cuales no tenía idea de cómo estaban encendidas. Andy se
encontraba sosteniendo la puerta por dentro para cerrarla cuando Ben pasara,
había llegado primero pues le había sacado cierta distancia cuando empezó a
correr. Veía como los Hombres de la Guardia iban tras Ben, con sus ojos rojos y
llenos de odio artificial. Andy cruzaba los dedos mentalmente para que Ben
pudiese llegar y no lo agarrasen.
—¡Corre Ben, Corre! —Exclamó
Andy con todas sus energías— Ya te falta poco.
Con estas palabras Ben puso
todas sus fuerzas en sus piernas y corrió. Corrió como si no hubiese mañana.
Corrió por su vida y lo logró. Entró en el túnel todavía corriendo, y exclamó a
Andy:
—¡Cierra rápido! —Antes de que
dijera eso ya Andy se encontraba cerrando las puertas lo más rápido posible.
Las grandes puertas de la
entrada del túnel se cerraron emitiendo un fuerte estrépito y provocando un
leve temblor que a poco sintieron. El túnel estaba totalmente oscuro.
—No se ve nada —Dijo Ben
preocupado, nunca le ha gustado la oscuridad—, ¿Cómo vamos a salir de aquí
ahora?
—Tranquilo, sólo camina.
—Respondió su amigo con tono esperanzador.
Empezaron a caminar en la
dirección a la que entraron, y de pronto dos antorchas, una a cada lado de la
pared se encendieron solas. Ben miró aquello sorprendido.
Siguieron y mientras más
caminaban más antorchas se encendían iluminando así una pequeña parte del
camino hasta que se prendieran las siguientes antorchas. Era una especie de
circuito, como las que tienen en los pasillos de los hoteles pero esta vez con
antorchas que se encendían solas.
Llegaron al fondo del túnel, que
se hallaba cerrado por otras dos puertas iguales a las de la entrada. Andy posó
la mano sobre una de las puertas, estaba a punto de abrirla cuando Ben lo interrumpió:
—Espera —Se quedó pensando un
momento lo que iba a decir—, ¿Tu no vas a volver a tu casa, a aquella cueva
donde me mantuviste?
—¿Cómo esperas que vuelva con
todos aquellos hombres esperándome allá atrás? —Andy emitió un suspiro— Además
me caes bien amiguito y sé que yo a ti, aquí siempre he estado solo, sin
compañía. Cuando despertaste alegraste mi vida en este mundo, realmente no quiero volver a estar solo.
—Pues bueno que empiece la
aventura. —Dijo Ben sonriendo.
—Hace rato que empezó.
Cada uno puso una mano en una
puerta y abrieron ambas a la vez.
7
Cegados por la fuerte luz que
venía de detrás de las puertas y que pasaba entre éstas. Ben y Andy tuvieron
que esperar unos segundos a que su vista se normalizara.
Su panorama actual era una larga
y extensa llanura alfombrada de un monte totalmente seco que hacía ruido al
caminar por ella. El sol que parecía más cerca de lo normal, emitía un calor
sucio y pegajoso.
A lo lejos se veía una especie
de granja; una pequeña casa de dos pisos y un granero, a un lado, una zona de
infinita distancia llena de altos matorrales trigo.
—Qué calor —Dijo Andy mientras
se quitaba el sudor de la frente—, ya empiezo a extrañar un poco el frío de las
montañas.
El calor era infernal, no tan
fuerte como en el desierto, pero este era un tipo de calor diferente que
parecía quedarse pegado en la piel. Ambos se sacaron las ropas invernales y las
dejaron en el suelo, el calor se alivió un poco.
—Bien, cerremos las puertas del
túnel antes de seguir. —Dijo Ben mientras se volvía buscando la puerta que ya
no estaba.
Detrás de ellos las puertas de
donde venían, el túnel, la montaña alta, habían desaparecido como si siempre
hubiesen estado en la larga llanura. Se quedaron sin palabras y simplemente
trataron de ignorar la desaparición de las montañas y del túnel, se dieron
media vuelta y empezaron a caminar hacia la granja.
—Vamos allá, tal vez encontremos
algo interesante. —Propuso Andy.
Llegaron a la granja, solitaria
y propia de película de terror. Entraron al granero de primero, era un granero
común y corriente, había varios espacios para mantener vacas y caballos, pero
no había ni uno.
Se pusieron a revisar y
encontraron dos pistolas como destinadas para ellos, ambas cargadas.
—Ten —Dijo Andy mientras posaba
una de las pistolas en la mano de Ben—, tal vez nos puedan ser útil luego.
Ya estaban a punto de salir
cuando escucharon un ruido de algo raspando una superficie de madera. Eran unas
patas. Se voltearon de golpe esperando a que volviera el sonido. Y volvió.
Se acercaron al origen del ruido
y se asomaron sobre una de las jaulas de las vacas que no habían y se encontraron con un pequeño perro
encerrado que les dirigió una mirada tierna esperando a que le sacaran de allí.
Abrieron la puerta para que el perro saliera y Ben lo cargó.
—Qué bonito es, siempre quise un
perrito. —Dijo Ben mientras acariciaba la barriga del perro.
De pronto el perro empezó a
moverse de manera extraña como si quisiera zafarse y lanzó su boca abierta,
mostrando grandes colmillos blancos hacia la cara de Ben, éste del susto tiró
al perro al suelo y sus ojos se pusieron
tan rojos como los de aquellos hombres de piedra. Estaba claro que ese perro no
era normal, había una especie de demonio dentro de él.
El perro se quedó mirándolos
mientras gruñía, éste se abalanzó sobre ellos, Ben cerró los ojos esperando por
la mordida del animal. Andy le jaló del brazo para que no mordieran a Ben.
—¡Vamos a la casa! —Gritó Andy
mientras jalaba del brazo a Ben para que abriera los ojos y le siguiera hasta
la casa.
Corrieron hacia la casa
perseguidos por el perro, durante la carrera del granero a la casa nunca
pensaron si la puerta estaría abierta o no. Sentían los gruñidos y las pisadas
del perro detrás de ellos pisándoles los talones; por suerte la puerta estaba
abierta y entraron jadeando. Prácticamente le cerraron la puerta al perro en la
cara, se escuchó desde dentro el golpe de posiblemente su cabeza en la puerta.
Se arrodillaron para recuperar
el aliento, estaban exhaustos y pasando el susto del perro, cuando una voz
masculina tenebrosa detrás de ellos les habló:
—El que se mete con mi perro se
mete conmigo —Un hombre con cara de granjero, de al menos sesenta años con el
cabello canoso, portaba un sombrero en la cabeza y una horca en la mano—, y por
eso deben morir.
El hombre con la horca se
abalanzó sobre ellos con la única intención de matarlos. El granjero lanzó su
herramienta de trabajo que hacía mejor papel como arma y la lanzó hacia ellos
que la esquivaron a poco, pues le hizo una pequeña raja al brazo de Ben.
Ben se apretó el brazo por un
momento revisándose la herida y aguantando el dolor, pero no era el mejor
momento para verse. La horca había quedado clavada en la puerta, y el granjero
se puso a sacarla. Andy aprovechó el momento y rompió el vidrio de la ventana
con un jarrón que encontró en el suelo, le hizo una seña a Ben y se lanzaron a través de la ventana.
Empezaron a correr hacia los
matorrales de trigo, sintieron algo que los seguía a gran velocidad y gruñendo,
era el perro otra vez detrás de ellos.
Se metieron entre los matorrales,
corriendo con sus últimas energías. Ben iba delante de Andy, de momentos Andy
miraba de reojo hacia atrás para ver al perro que los seguía con sus ojos rojos
y sus intenciones de matarlos a mordiscos. En una de esas cuando Andy volvió la
mirada hacia el camino, no vio más a Ben y de pronto cayó.
Cayeron por un hondo hueco que
parecía no terminar y la negrura de las tinieblas los bañó a ambos.
8
Una especie de
almohada gigante acomodaba el cuerpo de ambos, no sabían cuanto habían dormido,
y mucho menos donde estaban. Pero lo que sí tenían claro era que estaban muy
cómodos donde fuera que estuvieran, se sentían cansados y no querían levantarse
nunca de aquella cama tan cómoda como regazo de madre para un bebé. Ben abrió
los ojos y descubrió aquella comodidad.
Se puso de pie
para asegurarse que aquello no era un sueño, o tal vez sí, no estaba seguro,
últimamente todo era tan extraño.
Se hallaban
sobre una larga y ancha nube tan blanca y tan densa como la nieve. Una fría
brisa se cruzó con Ben erizándole la piel. Andy se despertó mirando a todos
lados asombrado. Sobre ellos no había más que la inmensidad del cielo azul que
se conectaba con el espacio exterior. Estaban a bastante altura, lo sabían
porque hacía mucho frío. Muchas nubes de más o menos el mismo tamaño que la que
tenían bajo sus pies, se esparcían a través de aquel inmenso cielo azul más
oscuro que claro.
—¿Qué hacemos?
—Preguntó Andy mientras se ponía de pie y miraba a todos lados buscando qué
hacer.
—No lo sé
bien, la extensión entre una nube y otra es mucha como para intentar saltar de
nube en nube.
—Eso significa
que… —Dijo Andy esperando a que Ben concluyera con la frase.
—Que
tenemos que buscar la manera de salir de
aquí, sin tener que saltar, porque si nos caemos… —Ben cortó sus palabras
mientras se acercaba al borde a la nube y miraba al fondo, no se divisaba bien
lo que podría haber allá abajo. Se podía ver algo azul, todo el suelo azul
difuminado por una ligera niebla que no dejaba distinguir qué era aquello—
Bueno, no sé realmente qué podría pasar, tal vez nos podríamos hacer daño.
Andy emitió un
suspiro de indignación y a este le siguió el de Ben. Ambos paseaban su mirada
por la inmensidad del cielo en el que se encontraban, esperando por alguna
especie de milagro que los sacara de ahí.
Se acostaron
con las manos detrás de la cabeza a pensar qué hacer, y sin darse cuenta se
quedaron dormidos.
Andy abrió los
ojos, la fuerza de la brisa en su cara era increíble; sentía como sus cabellos
bailaban por el viento, la presión le obligaba a entrecerrar los ojos.
Se hallaba montado
en la espalda de un gran pájaro marrón de grandes alas que volaba a través del
inmenso cielo, llevándose por medio cientos de nubes. Andy se giró en busca de
Ben, que no estaba en el mismo pájaro que él. Miró al lado derecho en el
momento en el que pasaba otro pájaro igual a ese que llevaba sobre su espalda a
Ben.
—¿A
dónde nos llevan? —Gritó Andy a Ben.
—Ni
idea. —Exclamó Ben.
De
pronto el pájaro en el que iba Andy giró completamente haciendo que éste
perdiera el equilibrio, cayendo a través de las nubes y el torrente de viento
que se cruzaba con él. Ben emitió una exclamación mientras alargaba la mano en
un intento esperanzado de poder jalarle hacia él, pero su acción se cortó
cuando el pájaro en el que iba se giró también logrando la caída de Ben.
La
caída parecía no terminar, el suelo azul que antes no se distinguía, poco a
poco se hacía visible mientras cruzaban por las nubes y la neblina que se
repartían por el cielo.
Aquel
suelo azul que habían visto desde lo alto de la nube, era agua. Un gran e
inmenso mar se extendía bajo sus cuerpos en caída libre. Ben alcanzó en el aire
a Andy y le tomó de la mano para que cayeran juntos y no se perdieran. Cuando
notaron que faltaba poco para caer, ambos cerraron los ojos y contuvieron la
respiración esperando el golpe contra el agua.
9
—¡Súbanlos con
cuidado! —Exclamó una voz gruesa que parecía lejana y que poco a poco se notaba
más cerca, acompañada más al fondo de muchos cuchicheos. Todas voces
masculinas.
Sintieron el
golpe de sus cuerpos contra una dura madera, el olor a mar impregnaba el
ambiente.
Abrieron los
ojos, y sus miradas se encontraron con más de veinte hombres que los rodeaban
en una especie de círculo perfecto, todos con ropas de marineros, se decían
cosas al oído unos con otros mientras los miraban con cierta curiosidad y
sorpresa. Frente a ellos, un gran hombre gordo, con una larga y espesa barba
negra, se acercaba a Ben y Andy mientras les extendía la mano en modo de
saludo:
—Bienvenidos
al barco del Capitán McGee amigos —Dijo el hombre gordo que al parecer
era el capitán.
—¿Dónde
estamos? —Preguntó Ben algo aturdido aún.
—Están en el
mundo F —Dijo mientras abría los brazos como si fuese a abrazar a alguien—,
abarca la inmensidad del mar que se halla en el mundo completo.
Andy y Ben miraron
a ambos lados del barco intentando ver el mar, pero seguían rodeados de
personas que se cruzaban en su visión.
—¿Quieren
comer algo? —Prosiguió el capitán.
—¡Sí!
—Respondieron los dos al unísono, no tenían ni idea de cuando fue la última vez
que comieron.
—Vengan
conmigo —Dijo el capitán volviéndose a sus marineros haciéndoles un gesto con
la mano simbolizando que volvieran todos a lo que estaban haciendo.
Todos
captaron la seña y volvieron a sus andanzas, unos fueron a limpiar, a ordenar
un poco las cosas sobre el barco y otros simplemente se limitaron a apartarse
un poco dejando espacio suficiente para que pasaran.
Ahora
fuera del círculo asfixiante de gente, pudieron ver todo su alrededor en una
mejor perspectiva. Se hallaban sobre un gran barco completamente de madera
oscura, grandes velas se alzaban en el medio. Alrededor del barco se extendía
un inmenso mar tranquilo con bajas olas que a poco lograban que el barco se
balanceara. En la punta del barco había una estatua de sirena que tenía un
brazo alzado.
El
capitán los llevó a un cuarto oscuro iluminado por unas cuantas velas que no
lograban mucho, las ventanas totalmente sucias impedían el paso de la luz
haciendo necesario el uso de las velas. Una larga mesa para veinte personas de
encontraba en el centro de la habitación, a ambos lados de ésta habían dos
escaleras que lo más probable es que llevaran a otras partes el barco como
habitaciones y otras cosas.
—Siéntense
amigos, el banquete estará listo en unos minutos —Dijo el capitán y
dirigiéndole una mirada al bolso de Ben—. Pero antes, dame el bolso te lo
pondré en un lugar cómodo para que puedas comer tranquilo —Puso una mano sobre
el bolso.
—No
estoy bien con él, gracias —Dijo Ben haciendo un poco de fuerza para que el
capitán soltara el bolso.
El
capitán volvió a poner su mano sobre el bolso y jaló más duro, Ben se resistía
usando todas sus fuerzas para que el hombre no le quitara su bolso.
—Dame
eso muchacho —Dijo el hombre de la gran barba haciendo más fuerza aún.
—Te
dije que no… —Las palabras de Ben se cortaron al momento en el que el bolso
salió volando y pegó contra la pared, éste se abrió en el suelo asomando la
pistola, la tijera, la botella de agua y el chip.
—¡LA
LLAVE! —Exclamó mirando fijamente el chip que había salido del bolso.
El
capitán empezó a acercarse al bolso y tomó el chip, lo alzó con las dos manos
como si fuese el mayor tesoro del mundo. Andy estaba detrás de Ben viendo todo
atónito, no entendía muy bien lo que ocurría. Mientras el capitán admiraba el
chip, Ben alargó rápidamente la mano y lo tomó, se escabulló entre el hombre y
recogió el bolso metiendo todo dentro, cuando volteó tenía al capitán
abalanzándose sobre él.
PAM resonó un disparo detrás del hombre
de la barba negra y cayó muerto con un agujero en su espalda. Si Ben no se
hubiese movido rápidamente hubiera caído sobre él.
Al
fondo de la habitación se hallaba Andy con la pistola aferrada a unas manos
temblorosas:
—Te
dije que las podríamos necesitar —Dijo Andy con una sonrisa nerviosa.
—Sobre
el chip… —Dijo Ben con la cabeza agachada.
—Ahora
no necesito una explicación, tenemos que salir de aquí antes de que nos
encuentren — Afuera del barco se escuchaban las voces de los marineros
susurrándose entre ellos cosas como ¿Escuchaste
eso? o ¿Fue un disparo? Mientras se
acercaban a la habitación en la que estaban.
—Vamos
por allí —Dijo Ben mientras bajaban por una de las escaleras.
Llegaron
a un largo pasillo oscuro iluminado por la escaza luz de las velas. Se cruzaban
con miles y miles de puertas, las luces se iban opacando mientras más corrían.
Oían los gritos de los marineros a sus espaldas; lo más probable es que hayan
visto ya a su capitán muerto.
Llegaron
al final del pasillo, una puerta igual a las otras se alzaba frente a ellos,
pero la diferencia de esta puerta es que el borde se encontraba iluminado de un
resplandor procedente del interior.
—Aquí
es —Dijo Andy abriendo la puerta.
La
habitación estaba totalmente vacía inundada por un resplandor blanco que los
cegó por un momento. Dieron un paso y cayeron. Se limitaron a dejarse caer por
aquella extraña dimensión en la que todo era blanco, y de pronto la negrura de
las sombras los rodeó.
10
Ambos
despertaron en una cabina de tren con un fuerte dolor de cabeza. Se hallaban
sentados en muebles de tela roja que parecía de ataúd. Éstos estaban divididos
por una mesa para poner cualquier tipo de equipaje, comida, o lo que se quiera
poner. En la cabina no había nadie más que ellos dos, seguían algo aturdidos.
El tren tenía un altavoz del que procedía una voz masculina en otro idioma que
ellos no entendían, cosa que los tenía un poco mareados.
—¿Volvimos
al mundo real? —Preguntó Ben sobándose la cabeza para aliviar un poco el dolor
de cabeza y restregándose la cara para organizar sus pensamientos.
—A
ver —Dijo Andy mientras levantaba con una mano la cortina para poder mirar
detrás de la ventana— Mira, todo parece normal.
A
través de la ventana se veía una gran ciudad al fondo con cientos de
rascacielos, y uno que otro edificio pequeño, el cielo brillaba como nunca, y
el sol que pasaba a través de la ventana les daba con su fresco calor. Al fondo
se divisaba una gran torre de cristal, más grande que todos los edificios de la
ciudad.
—No
lo puedo creer —Exclamó Ben entusiasmado por lo que veía— Estamos en nuestro
mundo.
No
les importaba en qué ciudad o país se hallaban sino que habían vuelto a su
hogar, su mundo, su planeta.
—Muero
de hambre, busquemos algo de comida, pues en el bolso ya no me queda nada.
—Dijo Andy mientras se ponía de pie y salía de la pequeña cabina.
Ben
le alcanzó afuera, un largo pasillo se extendía frente a ellos, detrás el tren
acababa en un pequeño balcón en el que se encontraba una pareja, al parecer de
novios que disfrutaban de la brisa.
Salieron
al balcón, necesitaban y querían hablar con gente normal, de su mundo. Nada de
locuras, nada de piratas o gente con armas ni ojos rojos.
—Hola,
disculpen —Andy quedó cortado por un momento y continuó— ¿Saben donde puedo
conseguir algo de comer?
La
pareja, que en ese momento se estaba besando, voltearon sus cabezas hacia Ben y
Andy, dirigiéndoles miradas penetrantes y destructivas. Se sentían como si
hubiesen cometido la peor fechoría de sus vidas, pues era eso lo que parecía
expresar sus miradas.
No
respondieron, simplemente se dedicaron a quedarse mirándolos, sin hacer ningún
movimiento, nada en sus facciones parecía moverse ni un poco. No se notaba
siquiera si estaban respirando o no.
—Bueno,
gracias… —Dijo Andy mientras volvían al pasillo de las cabinas.
Aun
dándoles las espaldas, sentían las miradas penetrantes de aquella pareja sobre
ellos. Sabían que los seguían mirando con sus caras de tragedia y rabia unidas
en una sola mirada.
—Qué
extraño eso ¿No? —Dijo Ben asustado por aquella escena. —Caminemos un poco.
Comenzaron
a caminar a través del largo pasillo que se cortaba por la puerta que dividía
un vagón de tren del otro. A cada lado había al menos ocho cabinas, todas con
las puertas abiertas. Unas llenas de gente y otras sólo con una persona, pero
ninguna vacía. Mientras cruzaban el pasillo, se empezaron a sentir inseguros y
asustados. Sentían las miradas de todas las personas sobre ellos cada vez que
pasaban por una cabina. Todos interrumpían lo que hacían para volver sus
cabezas y dirigirles aquellas miradas misteriosas y pesadas que parecían
traspasar las paredes; mientras más caminaban y con más cabinas se cruzaban,
sentían más miradas sobre ellos.
—Algo
extraño está pasando aquí —Susurró Andy a Ben mientras pasaban de un vagón a
otro—, creo que seguimos en el mismo mundo extraño…
Cuando
creían que aquello no podía ser más extraño, al entrar en el otro vagón
quedaron impactados y sin poder moverse. Estaban paralizados, el pánico los cubría
con su capa invisible. Al menos todas las personas que estaban dentro del tren
se encontraban como un gran rebaño, todos juntos frente a ellos mirándoles con
sus ojos rojos impidiéndoles el paso. Entre todas esas personas se hallaban
allí los que estaban en el vagón anterior, incluyéndose al fondo la pareja del
balcón.
—Eres
el portador de una de las llaves —Dijo la mujer que estaba de primera entre
todas las personas, con voz gruesa que no parecía salir de su boca y sus ojos
rojos como dos cerezas— eres uno de los elegidos.
Ben
no se podía mover, estaba tan asustado y aterrado que sólo pudo esperar ahí
parado a que ocurriera un milagro. Andy estaba tan aterrado como él, por lo
tanto también estaba allí sin poder moverse del miedo. Esa escena era como ver
una jauría de zombis en busca de cerebros; los cerebros de ellos dos.
Giraron
sus cuerpos para intentar volver al vagón anterior pero a través de la ventana
de la puerta se veían más personas con sus ojos rojos esperándoles.
—Estamos
acorralados —Dijo Ben en voz baja.
Las
personas empezaron a avanzar hacia ellos, no podían moverse. Miraban a todos
lados en busca de una salida pero no encontraron nada. Tenían el pensamiento
colapsado, solo esperando a ser comidos por aquellos humanos-zombis.
Se
lanzaron sobre ellos, sus brazos fríos y oscuros les tocaban y jalaban de todos
lados. Ya era muy tarde para intentar zafarse. Estaban atrapados bajo cientos
de ellos, inundados por la oscuridad de éstos seres macabros, que se los
llevaron a quién sabe donde.
Y
otra vez, quedaron inundados bajo el peso de la densa oscuridad.
Leído! :)
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